Lignum Crucis
Plata dorada, cristal, papel y madera
36,5 x 14 x 2 cm
Siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Desde el siglo IV, en el que se data la invención de la Santa Cruz por Santa Elena, la cristiandad ha considerado un privilegio poseer siquiera una astilla del madero en que Cristo fuese crucificado.
Criticado el uso, comercio y veracidad de las reliquias por Erasmo y los reformadores, el concilio tridentino arropó su veneración y culto. De ahí que los duques de Feria, como fervientes católicos, llegaran a poseer una importante colección, que depositarían en la capilla de las Reliquias del convento de Santa Clara.
Hasta tres Lignum Crucis, relicarios que contenían trozos del leño de la cruz, encargaron con el fin de albergar otras tantas fracciones, que por sus influencias iban consiguiendo: Uno, de plata y ébano, vino dentro de la remesa de reliquias que enviaron en 1603. Otro, que guardaba en su capilla privada la duquesa Jane Dormer, de oro, cristal de roca, perlas y piedras preciosas, llegó tras su deceso en 1612. Ambos pueden, hoy, contemplarse en la sala dedicada a la Piedad Nobiliaria del Museo. Pero hubo un tercero, espléndido a juzgar por las descripciones que del mismo se conservan, que fabricaban en oro dos artistas italianos y aún en 1634 no estaba terminado.El que exponemos perteneció al monasterio franciscano de San Benito y llegó a Santa Clara tras la desamortización. Las dos astillas, que quizá se salvasen de la destrucción del monasterio durante la guerra de la Independencia, se muestran pegadas a una cruz y dentro de una teca oval, en un relicario de sol realizado con piezas de plata dieciochescas, reaprovechadas y claveteadas burdamente a un alma de madera ya en el siglo siguiente.
Juan Carlos Rubio Masa