lunes, 7 de enero de 2008

PIEZA DEL MES DE ENERO 2008


Cuna de Niño Jesús
Madera dorada
53 x 49 x 28 cm. aprox.
Siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle Zafra


La vida de las monjas es una vida de renuncias. Se apartan del mundo, para acogerse al claustro y vivir en comunidad una vida sencilla centrada en la oración.
Suelen citarse los cuatro votos que profesan (pobreza, castidad, obediencia y claustro) como el sumo abandono de los deleites de la vida extramuros, y es probable que sea así. Pero quizá la mayor renuncia, como mujeres que siguen siendo, venga de su abdicación del instinto materno, al menos mientras son jóvenes. Una cesación que sublimarán derrochando amor hacia el Niño Dios y hacia su Madre, virgen como ellas.
Su maternidad renunciada se vuelve ternura que, cual oración gestual, se desborda en cuidados hacia las imágenes de Jesús Niño. De ahí su abundancia en los conventos y la necesidad, que tienen, de diferenciarlas con los apelativos cariñosos que les imponen. Las hermanas extreman su atención en el aseo de sus vestiduras y atavíos que cambian para ajustar sus tonos a los señalados para los diferentes periodos litúrgicos.
Variada es la iconografía de Jesús infante: recostado o de pie; desde el sonriente que nos bendice, hasta el lloroso que juega con los instrumentos de su Pasión venidera. Para una imagen del recién nacido se fabricó, en el siglo XVIII, la cuna que exponemos. Si la escultura se ha perdido en el devenir del tiempo, aún se conserva este bellísimo lecho dorado de inspiración francesa. Lo componen cuatro tableros de talla, con roleos calados, ensamblados a cuatro largos balaustres rematados en florones. Un marco solemne, apropiado para la imagen del Creador vuelto a nacer.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE DICIEMBRE 2007


Grupo escultórico de las «Jornaditas»
Madera y telas
120 x 120 x 60 cm. aprox.
Siglos XVIII y XIX
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra

Apenas comienza diciembre, lo hace el tiempo litúrgico de Adviento, que abarca las cuatro semanas, previas a la Navidad, en las que los cristianos preparan el nacimiento del Niño Dios.
Las clarisas, durante esos días, acostumbran a celebrar las «Jornaditas», una evocación piadosa de las jornadas o trechos que María y José ocuparon en recorrer el camino de Nazaret a Belén.
Aunque la novena no comenzaba hasta mediado el mes, ya que había de concluir el día 24 antes de la Misa del Gallo, las monjas principiaban los ejercicios tantos días antes como hermanas hubiese.
Cada atardecer en procesión por los claustros, la comunidad, portando las imágenes de los santos esposos, remedaba su búsqueda de posada tras el largo camino andado. Cantando villancicos, las sores se acercaban a la celda de la hermana “posadera”; a cuya puerta llamaban rogando alojamiento para los “dos pobres peregrinos”. Una vez dentro, colocaban las imágenes en un altar, entonaban cantos y rezaban cuarenta avemarías; tras lo que la “posadera” de turno obsequiaba a las novicias con las castañas y caramelos que había colocado en las alforjas del santo.
Todo venía a ser antesala de las jornadas litúrgicas, que se iniciaban el día 16 con la instalación del grupo escultórico, que exponemos, en medio del coro. El conjunto, formado por piezas de diferentes épocas y calidad, muestra a la Virgen encinta, vestida de hebrea, montada a la grupa de un asno, de cuyo ronzal tira San José.
Las “Jornaditas” tienen su origen a finales del siglo XVI y en México, en donde se conocen como “Posadas”: una manifestación de religiosidad popular que buscaba cristianizar las antiguas fiestas indígenas del nacimiento y peregrinación del dios de la Guerra, celebradas por los mismos días.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE NOVIEMBRE 2007


Lápida funeraria
Mármol
18,5 x 42,5 x 4,5 cm.
Finales del siglo XV o comienzos del XVI
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Inscripción:
«ESTA SEPVLTVRA [E]S/ DE MARYNA GYMENEZ/Y SVS [H]I[JOS Y] EREDEROS»

El mes de noviembre es el tiempo que la liturgia consagra a los fieles difuntos. Los cementerios se llenan de deudos, que llevan piadosos flores y velas a las tumbas, y las iglesias celebran novenarios por las benditas ánimas del Purgatorio.
Desde los primeros tiempos, los cristianos, que profesan en el Credo la resurrección de los muertos y la vida eterna, tuvieron siempre gran piedad al recordar a los difuntos en sus sufragios y procuraron enterrar sus restos mortales a la sombra de las iglesias.
Precisamente uno de los objetivos de la fundación del Monasterio de Santa María del Valle, por los primeros Señores de Feria, fue el funerario: sus «cuerpos huelgan en medio del coro de las religiosas», reza una inscripción.
Mas ese entierro fue excepcional, sus descendientes se inhumaron en la capilla mayor de la iglesia o en la capilla ducal. Como patronos, los Suárez de Figueroa se habían reservado los espacios más preeminentes, y en ellos dispusieron cenotafios o laudes que hiciesen memoria.
La nave eclesial, por ende, quedó para sepultura del mejor postor: dividida en fosas regulares, el pavimento mostraba las lápidas de los que, teniendo fortuna suficiente, habían conseguido ser enterrados allí. Estampa que se mantuvo hasta que, a fines del XIX, una desafortunada reforma sacó las losas de la iglesia.
Recuperadas recientemente, forman un interesante muestrario epigráfico y heráldico, que espera ser expuesto. De entre ellas hemos extraído esta pequeña lápida de mármol de cronología imprecisa, bajo la que se encontraría la sepultura familiar de Marina Giménez y sus descendientes, como su leyenda certifica.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE OCTUBRE 2007


Virgen con el Niño
Madera sin policromar
44 x 19 x 13 cm.
Siglo XVI
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Cuando en 1678 la abadesa y monjas de Santa Clara, para cumplir una promesa, trasladaron la imagen alabastrina de la Virgen del Valle al retablo mayor, la hornacina que había sobre la puerta de la iglesia, en la que se veneraba desde el ocaso del medievo, quedó vacía.
Años después, entre 1715 y 1718, la fachada fue renovada y con ella la portada, el friso y el nicho. En el nuevo, de líneas clasicistas, fue colocada la imagen de la Virgen con el Niño, que exponemos, sobre una base marmórea que contiene una inscripción alusiva a la titular de la iglesia.
Obra del siglo XVI, la imagen muestra a María de pie, mirando al frente, al tiempo que sostiene a su Hijo con el brazo izquierdo, y éste se abalanza para coger algún fruto, flor u objeto que su Madre portaría en la mano libre. Es una imagen devota, trasunto de la Virgen del Valle, a la que imita en muchos detalles, aunque no sea una copia exacta, como la de alabastro no lo es de la original que se venera en la sevillana ciudad de Écija.
Resulta probable que se concibiese para ser venerada por las monjas en la clausura como simulacro de la titular, ya que no podían verla por encontrarse extramuros del convento.
La imagen es una talla en madera sin policromar, aunque quizá la haya perdido durante el tiempo que estuvo a la intemperie, que se apoya sobre una peana circular y muestra una armónica composición, en la que destaca el trabajo de los plegados del manto y de la túnica que viste.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE SEPTIEMBRE 2007


Relicario de Santa Dorotea
Madera policromada
54 x 42 x 27’5 cm
Madrid, circa 1600
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Inscripción: «DE LA MÁRTIR S[ANTA] DOROTEA»

Los Duques de Feria, como la mayoría de la alta nobleza española de los siglos XVI y XVII, estuvieron muy preocupados por poseer reliquias y restos de santos, un afán que era en esencia un trasunto de la devoción e inquietud que tuvo Felipe II por coleccionarlos.
El segundo duque inició su colección en 1592 cuando, con motivo de su estancia en Roma como embajador ante el Papa Clemente VIII, fue autorizado a extraer ciertas reliquias del monasterio cisterciense de los Santos Vicente y Anastasio, de la iglesia de San Sebastián y de la catacumba de San Calixto. Años después, en 1601, el conjunto aumentaba con otra importante remesa de reliquias obtenidas en Francia y en el Rosellón y Cerdaña, entonces parte del Virreinato de Cataluña.
Su madre, la duquesa Juana Dormer, las recibía en Madrid donde residía, y se aprestaba a encargar a escultores y plateros los relicarios en los que engastarlas. En Zafra, entre tanto, se construía la capilla en la que habrían de exponerse a la veneración de los fieles.
Las crónicas y la documentación refieren la solemnidad de la ceremonia de entrega y depósito de los relicarios al convento de Santa Clara, celebrada el domingo 2 de noviembre de 1603.
Entre ellos venían tres bustos-relicarios grandes que contenían las cabezas de las santas Dorotea, que es el que exponemos, Margarita y Unifreda. Todos llevan una teca oval en el pecho, con su vidriera para proteger la reliquia, y están encarnados, dorados y con los ropajes grabados o estofados. Responden a una producción casi seriada, de gusto manierista, en la que es patente su rigidez e inexpresividad, fruto de su condición de estuche y no de imagen devota del santo cuyos restos guardan.
Santa Dorotea, como mártir de los primeros siglos, se nos muestra como una doncella cuyas vestiduras y peinado pretenden evocar la Antigüedad. El busto, que ha sido repintado en más de una ocasión, tiene en su espalda una portezuela que permite acceder a los restos.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE AGOSTO 2007


Circuncisión de Jesús
Óleo sobre lienzo
110 x 81,5 cm.
Atribuible a Antonio Bautista
Hacia 1650
Convento de Santa Catalina. Zafra


Este óleo sobre lienzo representa el pasaje relatado por Lucas el Evangelista: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno».
Era la circuncisión una de las dos ceremonias que la ley mosaica prescribía en torno al nacimiento de un varón. Un rito purificador que consistía en la ablación del prepucio, como signo de la alianza entre Dios y su pueblo.
La escena discurre en un espacio indefinido, aunque enmarcado por grandes pilares que evocarían el Templo de Jerusalén, si bien en la realidad era una ceremonia que se celebraba en la casa paterna.
El centro de la composición lo ocupa el Niño, apoyado en la mesa ceremonial, al que rodean sus padres y familiares que contemplan como el sacerdote, conocido como mohel, sentado en la silla de Elías, corta con el cuchillo ritual la piel que rodea el glande y espera que la sangre se derrame en una jofaina.
El cuadro expuesto procede del convento de dominicas de Santa Catalina, en cuya iglesia se encontraba coronando el retablo del Nacimiento, uno de los colaterales de la nave. De ahí los gruesos trazos y la fuerte caracterización de los personajes. La única referencia documental que tenemos del mismo es de 1658, entonces se contrataba otro de los retablos con dos artistas zafrenses, el pintor Antonio Bautista y el escultor y ensamblador Juan Gordillo, especificándose que había de ser «del mesmo tamaño de alto y ancho y de la misma obra que es el de el Naçimiento que está en dicha iglesia», seguramente obra de los mismos maestros.
Aunque muy tardío, el lienzo rememora un rito practicado en Sefarad, y por ende en la alhama de Zafra, que se perdió tras la expulsión de 1492.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE JULIO 2007


Santa Teresa de Jesús
Óleo sobre lienzo
146 x 97 cm.
Segunda mitad del siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


En 1736 y en el barrio de los Mártires de Zafra, el obispo de Badajoz don Amador Merino Malaguilla bendecía el convento de Carmelitas Descalzas, que venía a sumarse a los otras cinco clausuras femeninas de la villa. Con ello cobraba forma canónica un beaterio nacido tiempo atrás, junto a la ermita de los mártires Fabián y Sebastián, que seguía el modelo del Carmelo Teresiano. Y es que el ejemplo de la santa de Ávila, tras ser canonizada en 1622, no tardó en calar en la espiritualidad de la villa; de ahí que no escaseen sus representaciones iconográficas.
En el lienzo, Teresa de Jesús, la santa “inquieta y andariega”, aparece en la intimidad de su celda, sentada ante una mesa y un libro sobre el que se apresta, con el cálamo, a anotar lo que la voz del cielo le sugiere. Estado místico que el pintor expresa elevando la mirada de la santa, al tiempo que un ángel descorre una cortina de barroca ornamentación para desvelarnos el suceso.
La composición, seguramente inspirada en alguna estampa devota, no muestra la paloma alusiva al Espíritu Santo, que sobrevuela dentro de un halo dorado o se posa sobre su hombro para dictarle los pensamientos divinos, como puede verse en otros lienzos conservados en el Museo y en la Colegiata. En éste la tercera Persona de la Trinidad, a la que la santa recurría en busca de fuerza e inspiración para hablar y escribir, solo aparece insinuada con la expresión extática del rostro de Teresa, que expresa su unión mística con la divinidad.

Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE JUNIO 2007


Pináculo heráldico de la fuente claustral
Mármol
56 x 27 x 27 cm.
Siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Desde que se descubriese el manantial conocido como Madre del Agua, los Condes de Feria controlaron su uso público y privado.
Para abastecer a la población, a mediados del siglo XV, mandaron construir extramuros el Pilar del Conde, después llamado del Duque, una fuente con un enorme abrevadero en la que estamparon sus blasones como señal de dominio y munificencia.
Desde aquí el agua era traída encañada a una arqueta que la distribuía, a través de unas tuberías cerámicas conocidas como pajas, hacia el alcázar condal, la más profunda y segura de abastecimiento en épocas de sequía, y al convento de Santa Clara. El de Santa Marina, pese a su cercanía a la residencia señorial, no fue autorizado a servirse del manantío hasta el siglo XVII.
En Santa Clara, la paja, que se soterró bordeando la muralla, penetraba por el sur hasta alcanzar las oficinas monásticas que la necesitaban.
Ya en el Seiscientos, para aprovechar la abundancia de caudal, la abadesa y monjas decidieron colocar una fuente en el comedio del claustro. Los canteros, que aprovecharon las vecinas canteras de mármol de Alconera o Burguillos para fabricarla, optaron por un diseño clásico y apenas ornamentado: un pilón rectangular de pretil bajo y una copa central con cuatro caños de latón dorado.
En uno de los lados menores de la taza se dispuso el pináculo heráldico que exponemos. Consta de un pedestal de molduración clasicista, en el que se ajustaría el caño metálico, y un remate piramidal en el que se alternan una hoja de higuera con una mano alada, empuñando una espada, que son armas de los Figueroa y Manuel, respectivamente.
Estos blasones, aunque son propios de los primeros condes, Lorenzo Suárez de Figueroa y María Manuel, fueron usados en los escudos de sus sucesores; por lo que la ostentación que de los mismos se hace en la fuente y se reitera en distintas dependencias monásticas alude al continuado patronazgo de la Casa de Feria sobre la comunidad de clarisas de Santa María del Valle.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE MAYO 2007


Virgen de la Caridad
Madera policromada
170 x 48 x 38 cm.
Círculo de Blas de Escobar
Segunda mitad del siglo XVII
Capilla del Arco de Jerez. Zafra


La capilla de la Virgen de la Caridad, en la que se venera la imagen expuesta, está construida sobre la puerta oeste o Arco de Jerez de la muralla de Zafra.
Aunque la cerca y sus puertas fueron levantadas entre 1428 y 1449, la construcción de la capilla es tardía. La reforma más antigua conocida es de 1611, pero su aspecto actual deriva de la obra ejecutada entre 1675 y 1679. Si en la primera se hizo una capilla abierta, entre las esculturas marmóreas de San Crispín y San Crispiniano, patronos del gremio de curtidores y zapateros; en la última, se creó el ámbito diáfano, cubierto con una cúpula sobre pechinas, que puede verse.
Desconocemos si el retablo y la imagen de la Virgen estuvieron colocados en la capilla-hornacina de principios del siglo, o se hicieron ex profeso para la nueva, dado que su cronología nos permite conjeturar lo uno y lo otro. Lo que no hay duda es su relación con las maneras de trabajar de Blas de Escobar, un ensamblador y escultor de prestigio en esa centuria, que nos ha dejado obras tan significativas como el grandioso retablo de la Colegiata (1656-1666) o el diminuto de la capilla hornacina de La Esperancita (1659).
Mas si el retablo y la imagen no se debieran a la mano de Escobar, lo serán de la de alguno de los maestros que se formaron en su taller: Alonso Rodríguez Lucas, Antonio Vélez Moro o Lorenzo Román. El primero se inició como aprendiz en 1661 y mantuvo una estrecha relación con su maestro, del que llegó a heredar parte de su biblioteca, así como su estética y artificio. Nos ha dejando huella de lo mismo en el retablo mayor de la iglesia conventual de Santa Clara, que contrata en 1670, un mes después del fallecimiento de Escobar.
La Virgen de la Caridad, que ocupa la hornacina principal del retablo, aparece de pie y algo envarada, en contraste con los agitados dobleces del manto que la envuelve y la inquietud del Niño que ofrece a la devoción de los fieles.
Se trata de una talla en madera de pino, a la que se ha aplicado una policromía mixta: mientras en las encarnaduras se emplea el óleo bruñido; en los paños, el pan de oro y el temple siguiendo las técnicas del estofado, esgrafiado y rajado. Los ojos son de vidrio soplado y el manto, que muestra una bellísima ornamentación, se remata con una fimbria de encaje de bolillo, encolada y dorada.

Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE ABRIL 2007












Cristo amarrado a la columna
Madera policromada
172 x 85 x 82 cm.
Blas Molner Zamora
Sevilla, 1775
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Inscripción: «ESTE S[EÑO]R LO COSTEARON SVS ESCLAVAS, D[OÑ]A ANTONIA, D[OÑ]A ISABEL,
D[OÑ]A SEBASTIANA I D[OÑ]A MARÍA MONTOIA, I SOLÍS. COSTÓ CIEN PESOS. LO HIZO BLAS MOLNER, NATVRAL DE VALENCIA, DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE LAS TRES NOBLES ARTES, AÑO DE 1775 EN SEVILLA.»

Exposiciones: Extremadura. Fragmentos de identidad. Don Benito, 1998.


De entre las obras artísticas del Convento de Santa Clara destaca esta imagen pasional tallada por el escultor Blas Molner (Valencia, 1737-Sevilla, 1812).
Es una de las pocas obras documentadas del artista, realizada por encargo de cuatro hermanas, apellidadas Montoya y Solís, que habían profesado en el convento en el último tercio del siglo XVIII. La inscripción de la peana señala, además, que costó cien pesos y que fue tallada en Sevilla el año de 1775, mientras Molner ocupaba la dirección de la Real Academia de las Tres Nobles Artes.
Cristo aparece ligeramente encorvado al tener sus manos atadas a una columna de escasa altura, según el ejemplar venerado en Santa Práxedes de Roma. La talla, policromada a pulimento, revela una anatomía y unas huellas de laceración convincentes. Su dolorido rostro muestra la boca entreabierta como exhalando un sordo quejido.
Es una obra devota concebida para conmover a los fieles, tanto en el altar como en el paso procesional, y buscar su compasión a la vista de la crudeza de su dolor y de su insondable soledad.
Aunque Blas Molner pueda ser considerado por su corrección formal como un academicista neoclásico, en esta obra es evidente aún la fortaleza de la tradición barroca en la escultura sevillana de finales del siglo XVIII.
Juan C. Rubio Masa