Teca y auténtica
Plata, cristal, telas, papel, restos orgánicos, laca, cuerda.
Teca: 3 x 2.2 cm
Auténtica: 30.4 x 21.3 cm
Roma
1844
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Todas las culturas han venerado las reliquias como una manera de recordar u honrar a personajes relevantes o a seres queridos. Conservar una fotografía, un objeto o prenda personal, un diente de leche o un mechón de cabello permite mantener un vínculo visual y tangible con aquel ser amado o admirado, pero también con tiempos pretéritos.
En el cristianismo, desde los primeros siglos, las reliquias han ocupado un espacio muy importante. E indudablemente, en el mundo católico, tras los ataques protestantes a reliquias e imágenes, como algo propio e identitario. Abundarán las colecciones de restos santos, los suntuosos relicarios y la edificación de capillas para exponerlos. Poseer una reliquia, por modesta que esta fuese, era un rasgo de distinción.
Esta teca, una cajita de plata de forma ovalada, lleva un cristal en el frente para permitir ver las reliquias que guarda: dos partículas, que apenas se perciben, del Lignum crucis y del manto de San José, pegadas en el crucero de una cruz de papel.
En la auténtica, documento de la autoridad religiosa competente que certifica la veracidad de una reliquia, se indica que estas partículas están tomadas de «reliquias auténticas» y que se han colocado reverentemente en la teca «atadas por dentro con un cordón de seda roja y sellada con nuestro sello impreso en laca teñida de bermellón». Como no podían venderse, el obispo firmante explicita que su poseedor podía retenerlas consigo, regalarlas o exponerlas a la veneración en cualquier iglesia o capilla.