Madera dorada y policromada, cristal
104 x 55 x 20 cm.
Primera década del siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
La capilla de las Reliquias es una pequeña pieza, construida aprovechando el grosor del muro de la nave de la iglesia y robándole algo a la panda oriental del claustro. Su ubicación permite el acceso desde la clausura, mientras que desde la iglesia solamente era posible su contemplación a través de una portada marmórea enrejada, que se cerraba con puertas doradas. Dentro, sus paredes y bóveda se visten con azulejos talaveranos, que prestan al ambiente un brillo especial; a lo que contribuye el dorado retablo, cuyos estantes se llenan con bustos de santos, pirámides de plata o cruces relicarios.
Se buscaba crear un espacio prodigioso, cercano a las colecciones de arte y maravillas de tanta aceptación en la época. Una cualidad a la que se sumaría el aura de arcano que engendraba su inaccesibilidad. En este ambiente recogido, reservado y misterioso, la santidad brillaba y el pueblo, en ciertos días, podía verla y gozar de ella, aunque sin alcanzar a tocarla si no era con los ojos del espíritu.
La colección de relicarios llegó al convento en 1603 en su mayor parte. Años después, contaba el duque Lorenzo IV Suárez que aún conservaba, en Nápoles, más reliquias que habrían de ponerse en la capilla, junto a las que su madre tenía en Madrid.
Seguramente, algunas se dispondrían en dos retablillos, que llegarían al convento en tiempos ya de su hijo el tercer duque. El que exponemos, recién restaurado, es una pieza de madera dorada y policromada, que se enmarca con columnas torsas y movido frontón sobre el que cabalgan las armas ducales. El comedio y el basamento se muestran pletóricos de compartimientos estancos, en los que tras sus vidrieras se exhiben restos de santos y reliquias varias.
Juan Carlos Rubio Masa