Corona procesional
Plata en su color, repujada y cincelada
31 x 37 x 18 cm y 11 cm Ø
Francisco de Azcona
Taller cordobés.
Entre 1759 y 1767
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Punzones:
del artífice (-ONA), del contraste Bartolomé de Gálvez y Aranda (flor de lis -RANDA) y el león rampante de Córdoba.
El cristianismo siempre ha profesado una especial veneración hacia la Virgen María, como Madre del Salvador. A lo largo de la historia, los fieles han hallado en ella refugio y consuelo en la aflicción, los poetas místicos la han revestido de un halo de gracia y hermosura y la Iglesia la ha signado como Reina asunta al cielo.
Para expresar esa devoción, desde antiguo, se acostumbró a engalanar las imágenes marianas con vistosos ropajes y costosas joyas, siendo la corona una pieza indispensable. Si en el Medievo las vírgenes las llevaban talladas, avanzado el siglo XVI empiezan a usarse las de metal, adoptando los tipos de corona real o imperial, a las que se suma una ráfaga o resplandor a partir del siglo XVIII.
Esta pieza, realizada por Francisco de Azcona, un platero poco conocido aún y cuya producción se sitúa en el tránsito hacia la estética rococó, sigue un modelo que tendrá un dilatado tratamiento en la platería cordobesa dieciochesca. Consta de un aro con molduras sogueadas, canasto con vegetación y cartelas y cuatro bandas o imperiales de perfil sinuoso. Alrededor, la ráfaga de perfil alabeado, con rocallas, ces y tornapuntas, termina en rayos biselados, ondulados y rectos, estos últimos con estrellas.No sabemos para qué imagen del convento se labró esta corona, pero últimamente era usada por la Dolorosa que se venera en la iglesia y procesionaba en las tardes del Viernes Santo zafrense.
Juan Carlos Rubio Masa