jueves, 30 de abril de 2020

LA FIESTA DE LA CRUZ DE MAYO EN FERIA


Fotografía de Justa Tejada

Poco se puede aportar a lo ya escrito sobre las fiestas de la Cruz de Mayo en Feria. Siempre que me inquieren acerca de esta cuestión, me remito al que fuera insigne cronista de la localidad, el añorado D. José Muñoz Gil, quien con oficio, conocimiento y mucho sentir ha descrito la Fiesta y lo que significa. Ha sido su juglar, su glosador, su historiador. Pocos como él han sabido comprenderla y, por supuesto, alentarla; preservando el rico legado popular e incorporando nuevos elementos como la representación de La Entrega. Un amor y dedicación que supo encauzar el sentir de Feria hasta convertir la celebración en elemento indisociable de su identidad. Basta hablar con cualquier vecino para comprender que vestir las cruces que son portadas en andas en la procesión, las que se instalan en habitaciones bellamente engalanadas o las que permanecen en parvos altares, constituyen la expresión más acabada de su esencia histórica. Pues no otra cosa son las cruces gestadas a lo largo de incontables días y noches en su mayoría por mujeres –sirva de ejemplo Nines Montero−, legatarias y transmisoras del oficio de arropar aquellas. El esfuerzo que realizan es inmenso, sacrificando su tiempo y el de sus seres más queridos. Es tal la autoexigencia y la responsabilidad que adquieren con su idea que el nerviosismo aflora a medida que se aproxima el día señalado. Lo que contrasta con el ambiente faulkneriano que envuelve a la villa. Hasta que llega el día… Entonces, el recelo se trueca en explosión de júbilo cuando las cruces traspasan los umbrales de los improvisados talleres. Por doquier surgen genuinas obras de arte. El colorido de los aderezos florales anonada lo sentidos.

Fotografía de Justa Tejada

Verlas desfilar en la procesión por el intrincado dédalo de calles, ya de por sí inigualable, resulta un espectáculo sobrecogedor. Y embriagador, a causa de la melopea que trasmiten las décimas y las coplas que se entonan. Ambiente de irrealidad que continúa tras girar visita a las viviendas que tienen cruces y altares instalados, para solaz de todos. La plasticidad del conjunto adquiere carácter pictórico a la vez que invita al recogimiento, pues de los pliegues de los tejidos que enmarcan la cruz, objeto precioso que concentra la mirada, penden anhelos y esperanzas. Finalizado el itinerario, y vuelto uno a su ser, comprendo el porqué de los galardones y distinciones de que goza la “Fiesta de la Cruz”. No en vano constituye la expresión más acabada de una devoción a la Cruz cuyo origen se remonta a las postrimerías de la Edad Media con el surgimiento, como en otros muchos lugares, de las cofradías de la Vera Cruz. Esta, denominada simplemente de la Cruz en los siglos modernos, congregó en torno a sí a buena parte del vecindario −algo más de cuatro centenares, de ambos sexos, nos informa un expediente elaborado en la segunda mitad del siglo XVIII−, quienes con mucho esfuerzo conseguían reunir un magro caudal con el que hacer frente a los gastos derivados de la función eclesiástica, sermón y procesión –nada se nos dice acerca de la manufactura de cruces− que celebraban el día de la Invención de la Cruz. Actividad que cesó en los primeros compases del siglo XIX a causa de las disposiciones legislativas, la desamortización de Godoy y, por último, la guerra de la Independencia. Su espíritu retornó en las décadas finales del Ochocientos en forma de asociación de carácter benéfico, Sociedad de la Santa Cruz –posteriormente como hermandad−, en consonancia con la doctrina social de la Iglesia imperante en esos momentos. La labor por ella desplegada vino lastrada, hasta su extinción en la II República, por la compleja situación política. Tras el conflicto civil la Fiesta resurge con inusitados bríos, dando respuesta a lo que los nuevos dirigentes demandan del mundo rural para afrontar la autarquía. A tal fin idealizan lo agrario, convirtiéndolo en esencia del nuevo espíritu nacional, y ensalzan y promueven las representaciones ancestrales. La Iglesia bendice la nueva empresa. El calendario litúrgico y devocional se inserta en el ritmo estacional de las labores agrícolas. Las fiestas adquieren un significado religioso, que es la obligación que tienen los hombres de agradecer la abundante prodigalidad de la naturaleza. La celebración de la Cruz de Mayo de Feria casa bien con ese proyecto. Pues qué es la Cruz sino la inversión del árbol paradisíaco de la vida.

Para ocultar su desnudez, se pergeña un manto floral o de otro tipo. El ingenio se torna maestría y obra el prodigio. A partir de entonces, la Cruz y Feria quedan unidas por la argamasa del tiempo.

Fotografía de Juan Carlos Rubio
Fotografía de Juan Carlos Rubio


Tomado de José Mª Moreno González. “Feria, las Cruces de Mayo”. Madreselva, número 17, mayo-junio, 2016