martes, 14 de abril de 2020

LOS COSOS TAURINOS DE ZAFRA

1. Plaza de Toros de Zafra


LOS COSOS TAURINOS DE ZAFRA
A propósito de los 175 años de la reinauguración de la plaza de toros



Cabe suponer que los moradores de Zafra que asistieron en los primeros compases de 1394 a la toma de posesión de la localidad por parte de los representantes de Gomes I Suárez de Figueroa se interrogaran acerca de cuánto tiempo permanecerían bajo la égida del nuevo señor y qué destino les esperaba. Cuestión lógica vistas las veces que la villa había cambiado de manos y el escaso interés que unos y otros habían mostrado. Los primeros años del señor de Feria no fueron muy diferentes, al decantarse como lugar de residencia de su corte la localidad de Villalba de los Barros. Pero en la década de 1420, vista la mejor ubicación geográfica de Zafra, decidió establecer en ella la capital de sus dominios. Esta decisión, como no podía ser de otra forma, trajo aparejada, entre otros aspectos, el inicio de una transformación urbana que se alargaría en el tiempo hasta comienzos del siglo XVII. Fruto de ella fue una fisonomía que todavía hoy se puede apreciar.

Resultado de estos cambios urbanos fue el surgimiento de varios espacios intramuros libres de edificios que acogerían actividades públicas de diverso calado. El más descollante sin ningún género de duda, una vez erigida la nueva iglesia y trasladado el cementerio, es la plaza Grande. Su amplitud y su ubicación acabó por convertirla en lugar ideal para el tráfago comercial auspiciado por las ferias y mercados semanales, y escenario para acoger las más diversas manifestaciones: representaciones teatrales, procesiones… y recinto taurino.

Este tipo de plaza se adaptaba perfectamente para la lidia, a imagen y semejanza de lo practicado, por ejemplo, en Madrid con la plaza Mayor. Así pues, una vez acometidas las adaptaciones necesarias, los aficionados zafrenses a los toros pudieron satisfacer sus deseos probablemente desde las postrimerías del siglo XVI. La carencia de fuentes históricas, por un lado, y las escasas referencias que sobre este tipo de espectáculos transmiten los documentos que hasta hoy nos han llegado, por otro, – aquí solo haremos mención de aquellas que indican el lugar en el que se celebraron los eventos–, nos impiden conocer con mayor profundidad los numerosos festejos taurinos que a buen seguro se realizaron en los años y décadas siguientes. Los primeros testimonios que nos hablan de dicha plaza como escenario taurino son de los años 1627 y 1629. No volvemos a toparnos con nuevas noticias hasta el año 1760. En cambio, a comienzos del siglo XIX las referencias proliferan un tanto más. Así, en 1802, se celebraron varias corridas promovidas por el Concejo. La organizada en abril de 1812 por las tropas británicas para conmemorar uno de sus avances frente al francés. Seis años después, para conmemorar la onomástica del rey, el general Cruz organizó dos capeas. Las efemérides políticas también eran ocasión propicia, como sucediera a lo largo de 1820, cuando la Junta Patriótica de Zafra organizó varios espectáculos taurinos. O las tres corridas de novillos que en el verano de 1833 se celebraron con ocasión de la Jura de la Princesa de Asturias.

Una de las causas por las que se elegía la plaza Grande como coso taurino era que los promotores no tenían que realizar grandes desembolsos de dinero para su construcción, pues los distintos edificios que en ella se levantaban hacían las veces de muro infranqueable sobre el que sustentar todo el entramado de madera de gradas y acondicionar el ruedo. Pero no todo eran ventajas, existía un inconveniente que mermaba los beneficios que se esperaban conseguir, y este no era otro que los dueños de los edificios gozaban de manera gratuita del espectáculo. Es más, alguno incluso aprovechaba la circunstancia para obtener unos ingresos extras alquilando parte de sus balcones y ventanas; pues que en ningún caso estas debían quedar cegadas por la estructura.

2. La plaza Grande

Todo este cúmulo de circunstancias, junto a la profesionalización que el toreo sufre en el siglo XVIII, convierte, por lo general, la organización de un festejo de este tipo en una inversión elevada. Una forma que utilizaron los emprendedores para optimizar los beneficios fue buscar un espacio alternativo a la plaza Grande. Y lo hallaron no muy lejos de ella, en la antigua plaza de armas del palacio ducal. Abandonada su función militar por la ausencia de su titular, la plazuela de Palacio solo contaba como únicos espectadores que no deberían abonar cantidad alguna a los empleados ducales. Este escenario fue el elegido por la Cofradía del Santísimo Sacramento el mes de julio de 1752 para celebrar una corrida con la que conseguir fondos. En 1774 sería el turno de la Cofradía de las Benditas Ánimas. La victoria de las armas aliadas contra las tropas napoleónicas en San Marcial, fue otra ocasión propicia para celebrar una capea en dicho recinto señorial.

Ahora bien, ya sea porque los organizadores no contaran con el plácet de los señores de la villa o porque sus pretensiones económicas eran menos ambiciosas, encontramos que se levantaron cosos improvisados en distintos parajes extramuros. Así, la mencionada Cofradía de las Benditas Ánimas, medio siglo antes de la corrida de la plazuela de palacio, organizó una corrida en el arrabal de San Benito. En cambio, los organizadores de los festejos de agosto de 1816 optaron como lugar más acorde a sus intereses el Campo de Sevilla.

La Plaza de Toros de Zafra
La provisionalidad en este tipo de edificio es atajada en algunas localidades con la construcción de plazas de toros permanentes. En el Setecientos son varias las que se erigen a lo largo y ancho de la geografía peninsular. Sin embargo, será en la primera mitad del siglo XIX cuando surjan muchas de las que hoy existen. Pero este tipo de empresas requería disponer de cuantiosos recursos para afrontarlas, lo cual no era el caso del Ayuntamiento de Zafra. Pero a falta de iniciativa pública surgieron en la villa otras de tipo privado, siendo la primera de la que tenemos constancia una de 1803, si bien quedó en un simple intento tras la marcha del maestro de obras que iba a regirla. La segunda ocasión sería en 1815, en este caso el promotor iba a ser el zafrense Agustín Matamoros, pero no obtuvo la autorización oficial pertinente. Dos años después será el fallido intento del Hospital de San Miguel, que gestionado por su administrador Martín de Sesma Fernández de Córdoba planteaba la construcción de una plaza en el Ejido, para lo que contaba con el beneplácito del duque de Medinaceli y el apoyo del Consistorio municipal.

Habrá que esperar a 1834, momento en que la villa se halla bajo unas circunstancias terribles ocasionadas por la epidemia de cólera, para que de nuevo se retome el proyecto de una plaza de toros permanente; que se enmarca dentro de un plan más amplio encaminado a generar jornales para el sector de la población más desprotegido, con escasos recursos y hambriento, por medio de obras públicas.

Una de ellas fue el mencionado coso en el Campo de Sevilla, más concretamente en un descampado denominado el Rollo o Molino de Viento, situado a poca distancia del casco urbano de la villa y, por tanto, libre de edificaciones que impidiesen el crecimiento del futuro recinto taurino. En septiembre de aquel año comenzaron las obras. Estuvieron dirigidas por el maestro alarife Miguel Guillén que, ayudado por jornaleros y desfavorecidos afectados en sus familias por la epidemia, consiguió levantar el muro perimetral: un muro circular de mampostería de cal y canto, es decir, fuerte y macizo hecho con materiales del entorno, fundamentalmente pizarra, ligada con cal y arena y ladrillos para delimitar los huecos.

Al año siguiente, tras culminarlo, construyeron, primero, la contrabarrera y, después, el tendido. La contrabarrera es el círculo interior concéntrico al perimetral, pero mucho más bajo. Se levantó, así mismo, de mampostería y se completó con es de ley con la barrera, un tercer círculo concéntrico, pero hecho en madera. Entre ambas existe un pasillo estrecho o callejón que sirve de protección a los toreros y a sus cuadrillas y del que, a través de los burladeros, podían acceder al ruedo o redondel de tierra donde se celebra el espectáculo. El tendido o graderío para los espectadores ocupaba el espacio entre los dos muros antedichos. Se levantó disponiendo una serie de vigas de madera de forma radial e inclinada, unas, y transversales, otras, sobre las que fueron colocando las gradas, asimismo de madera, para que el gentío pudiese acomodarse para presenciar los espectáculos. Enseguida, se abrió al público, celebrándose las primeras corridas aquel verano. 

3. Foto aérea de la plaza de toros y su entorno
En poco tiempo, la estructura de madera del tendido, como estaba colocada a cielo descubierto, fue deteriorándose progresivamente, quizá por falta de cuidados y protección ante las lluvias de otoño o primavera, las heladas invernales o el fuerte sol del estío, o todos los meteoros combinados con alguna plaga de la endémica carcoma o de termitas. Tan grande fue el daño ocasionado al tendido, que se tornó inservible y acabó siendo retirado, por lo que la aún joven plaza quedó reducida a los dos círculos concéntricos de obra señalados. Sobre ellos, dada su buena factura, se asentará el nuevo proyecto de plaza de toros, cuya culminación aconteció hace ahora ciento setenta y cinco años.
En 1842 se volvió a retomarse la idea de que la plaza de toros fuera una realidad. El Ayuntamiento Constitucional, que carecía de fondos suficientes para ejecutar las obras, creó una comisión de vecinos que se encargase de recaudar los fondos necesarios para reiniciar las obras. Solo consiguieron setenta y seis accionistas, algunos menos de los que esperaban, que recibieron títulos de propiedad y se reservaron los palcos. Esto supondrá, en principio, la copropiedad de la plaza entre el Ayuntamiento y dichos subscritores.

Del nuevo proyecto de obra se hicieron cargo los maestros alarifes Antonio Guillén y Luis Vivas, que iniciaron su fábrica en enero de 1843. Suponía fundamentalmente la construcción de un nuevo tendido hecho de mampostería y ladrillo, que iría rematado con palcos bajo arquerías.  El objetivo del proyecto, aparte de mejorar la resistencia del edificio sometido a la intemperie, era aumentar el aforo de la plaza; pero, como desde un principio se había acordado respetar la obra de mampostería levantada en 1834-1835 y construir palcos para los nuevos copropietarios, fue necesario elevar el muro perimetral e inclinar más de lo que habría sido conveniente la solería del tendido y reducir la anchura de los asientos.

Los maestros para construirla siguieron el sistema tradicional de la tierra, con muros de mampostería similares a los utilizados al inicio de la plaza, tanto para recrecer el muro perimetral, como para los nuevos dispuestos de forma radial y a tramos regulares. La novedad radicaba en el uso, para aupar el tendido, de bóvedas rampantes de ladrillo, volteadas sin cimbra. Las bóvedas, generalmente rebajadas, están fabricadas de manera similar a las que se hacían en las viviendas tradicionales extremeñas, solo que tienen base forma trapezoidal y una fuerte pendiente por no arrancar sus lados menores de la misma línea horizontal. Los espacios inferiores generados se utilizaron para vomitorios, enfermería o almacenes y se iluminan a través de ventanas rectangulares.

3. Foto aérea de la plaza de toros y su entorno
Los setenta y ocho palcos ocupan un amplio espacio en lo alto del recinto. En el interior de la plaza, ofrecen un aspecto porticado, con arcos de medio punto sobre columnas toscanas, abrazadas por sencillas rejas de hierro forjado, que sirven de antepecho y separación. Al exterior, esta área se advierte por la presencia de arcos de medio punto sobre gruesos pilares, tras los que hay un pasillo que da acceso a los mismos. La cubierta, que originalmente debió ser a tejavana, se ocultó con techos planos de cañizo y en el frente interior con un “paño baranda”, distribuido en tramos con netos sobre las columnas, de los que aún sobresalen unos hierros verticales que bien pudieron sostener jarrones, a la manera de las casas acomodadas de la ciudad.

En principio, no debía estar prevista la concesión de los palcos a los copropietarios individualmente, dado que las obras concluyeron en junio de 1844 y el sorteo de los mismos no ocurrió hasta tres años después, en mayo del 47. Lo cierto es que el palco central, de mayor anchura y coronado por un frontón triangular, se lo adjudicó el Ayuntamiento para la presidencia de las corridas. Y el resto se distribuyó por sorteo, previa numeración de los mismos con azulejos trianeros. Actualmente, solo cincuenta y dos de ellos siguen en manos particulares, todos situados en sombra y a los lados del presidencial: en el derecho, los numerados del 1 al 24 y, en el izquierdo, los que van del 49 al 77.

Las primeras corridas, «en la plaza de mampostería que acaba de construirse con el mayor gusto», se celebraron del 18 al 20 de agosto de 1844, como reza el cartel de los festejos, que se reproduce en cerámica en una de las entradas principales de la plaza. En él se informaba de los toros que se lidiarían cada una de las tres tardes, del «par de banderillas de todo lujo, con cualquier clase de pájaros y cintas» adornadas que se pondrían al primero de los toros y del «vistoso castillo de fuego» que cerraría la función. Todo bajo la presidencia de Alfonso Ramírez Sanromán, alcalde constitucional entonces.

Mas, los años inmediatos resultaron sin embargo azarosos, pues la plaza sufrió un derrumbamiento apenas terminada. El último día de diciembre de ese año, seguramente por deficiencias constructiva más que por las inclemencias del tiempo, se hundió una parte importante de los palcos. Como es de suponer los copropietarios plantearon inmediatamente un pleito a los maestros alarifes, que tuvieron que aceptar las conclusiones de los peritos en arquitectura y devolver parte de los pagos recibidos. Siendo insuficiente estos y careciendo de fondos el Consistorio, los copropietarios propusieron levantarla a su costa la plaza a cambio de obtener la propiedad absoluta del inmueble en ruinas, asunto que es aceptado por la municipalidad.

A pesar de que Vivas Tabero escribe, más de cincuenta años después de los hechos, que «se hundió el palco del Ayuntamiento y 16 de los más próximos, creemos que la ruina afectó a parte o a toda el área de palcos situada al sol; pues, en la reconstrucción, las columnas de los mismos no presentan capiteles, sino unos simples listeles de ladrillo como transición al arco. Quizá de la reconstrucción se ocuparon los maestros alarifes Antonio Guerrero o Juan Rodríguez que, previamente, habían tasado el valor del solar y del edificio ruinoso en él levantado.

5. Bóvedas de ladrillo
 Superado este contratiempo, desde 1854, el coso zafrense emprende su deambular sin graves contratiempos, tan solo las reformas necesarias para mejorar la accesibilidad o ajustar la plaza a las nuevas regulaciones taurinas. En este tiempo que media, se reforman los corrales para los toros y se adquiere solares colindantes; se hizo la separación entre sol y sombra tras adquirir unas rejas que, según nos señalan, pertenecieron a la Plaza de la Maestranza de Sevilla, se abrieron y construyeron nuevos accesos a los palcos, se reformó la enfermería que, por cierto, podría ser una extensión del cercano Museo de la Medicina y la Salud por el instrumental antiguo que aún conserva en magníficas condiciones.

En fin, una plaza hermosa, muy distinta de las que conocemos por ser obra de la tierra y que merecería ser mostrada junto con su historia y la de la tauromaquia en nuestra ciudad.

José María Moreno González y Juan Carlos Rubio Masa
Cronistas Oficiales de la Ciudad
Artículo publicado en la revista Plaza de Toros de Zafra. Coso Molino de Vientos de 2019