Cuna de Niño Jesús
Madera dorada
53 x 49 x 28 cm. aprox.
Siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle Zafra
La vida de las monjas es una vida de renuncias. Se apartan del mundo, para acogerse al claustro y vivir en comunidad una vida sencilla centrada en la oración.
Suelen citarse los cuatro votos que profesan (pobreza, castidad, obediencia y claustro) como el sumo abandono de los deleites de la vida extramuros, y es probable que sea así. Pero quizá la mayor renuncia, como mujeres que siguen siendo, venga de su abdicación del instinto materno, al menos mientras son jóvenes. Una cesación que sublimarán derrochando amor hacia el Niño Dios y hacia su Madre, virgen como ellas.
Su maternidad renunciada se vuelve ternura que, cual oración gestual, se desborda en cuidados hacia las imágenes de Jesús Niño. De ahí su abundancia en los conventos y la necesidad, que tienen, de diferenciarlas con los apelativos cariñosos que les imponen. Las hermanas extreman su atención en el aseo de sus vestiduras y atavíos que cambian para ajustar sus tonos a los señalados para los diferentes periodos litúrgicos.
Variada es la iconografía de Jesús infante: recostado o de pie; desde el sonriente que nos bendice, hasta el lloroso que juega con los instrumentos de su Pasión venidera. Para una imagen del recién nacido se fabricó, en el siglo XVIII, la cuna que exponemos. Si la escultura se ha perdido en el devenir del tiempo, aún se conserva este bellísimo lecho dorado de inspiración francesa. Lo componen cuatro tableros de talla, con roleos calados, ensamblados a cuatro largos balaustres rematados en florones. Un marco solemne, apropiado para la imagen del Creador vuelto a nacer.
Juan C. Rubio Masa
Madera dorada
53 x 49 x 28 cm. aprox.
Siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle Zafra
La vida de las monjas es una vida de renuncias. Se apartan del mundo, para acogerse al claustro y vivir en comunidad una vida sencilla centrada en la oración.
Suelen citarse los cuatro votos que profesan (pobreza, castidad, obediencia y claustro) como el sumo abandono de los deleites de la vida extramuros, y es probable que sea así. Pero quizá la mayor renuncia, como mujeres que siguen siendo, venga de su abdicación del instinto materno, al menos mientras son jóvenes. Una cesación que sublimarán derrochando amor hacia el Niño Dios y hacia su Madre, virgen como ellas.
Su maternidad renunciada se vuelve ternura que, cual oración gestual, se desborda en cuidados hacia las imágenes de Jesús Niño. De ahí su abundancia en los conventos y la necesidad, que tienen, de diferenciarlas con los apelativos cariñosos que les imponen. Las hermanas extreman su atención en el aseo de sus vestiduras y atavíos que cambian para ajustar sus tonos a los señalados para los diferentes periodos litúrgicos.
Variada es la iconografía de Jesús infante: recostado o de pie; desde el sonriente que nos bendice, hasta el lloroso que juega con los instrumentos de su Pasión venidera. Para una imagen del recién nacido se fabricó, en el siglo XVIII, la cuna que exponemos. Si la escultura se ha perdido en el devenir del tiempo, aún se conserva este bellísimo lecho dorado de inspiración francesa. Lo componen cuatro tableros de talla, con roleos calados, ensamblados a cuatro largos balaustres rematados en florones. Un marco solemne, apropiado para la imagen del Creador vuelto a nacer.
Juan C. Rubio Masa
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