El 10 de diciembre de 1609, el Papa Pablo V, a instancias del segundo Duque de Feria, Lorenzo IV Suárez de Figueroa y Fernández de Córdoba, sellaba la bula que erigía la parroquia de la Candelaria de Zafra en Colegial Insigne. Un privilegio que, comprobadas las condiciones exigidas, fue consumado el 12 de diciembre de 1612.
En aquel siglo, para ornato de la colegiata, se pintaron las tablas que representan a los santos Pedro y Pablo. Unas piezas que, por sus dimensiones, quizá formasen parte de la predela de un retablo, flanqueando la puerta de un sagrario al que, al compás del ademán de sus manos, parece miran devotamente.
Ambos Padres de la Iglesia adoptan la iconografía tradicional. Simón, Pedro, el príncipe de los apóstoles, es reconocible por su calva con un mechón de cabello en la frente: es la tonsura, con la que se le quiso humillar y se convirtió en un distintivo honorífico clerical. En su mano derecha porta las llaves, una de oro y otra de plata, la una del cielo y la otra de la tierra, para significar el poder de atar y de desatar, de condenar y de absolver que Jesucristo le confirió.
Y Saulo, Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, con larga y canosa barba bífida, porta la espada desenvainada con la que le cortaron la cabeza, como ciudadano romano que era; aunque, también, quiera verse en ella un emblema de la palabra que, por inspiración divina, de su boca emanaba.
Ambas figuras se muestran sobre fondos apenas insinuados y tienen corporeidad gracias a un foco externo que las ilumina. Van enmarcadas las pinturas por pilastras y arcos de medio punto dorados. Su estado de conservación es delicado y urge su restauración.
Juan C. Rubio Masa