Veintiún años sin Dulce
Exposición temporal 03/12/2024 - 23/02/25
Con esta exposición
el Museo Santa Clara quiere recordar a la escritora Dulce Chacón a los veintiún años de su
deceso, ocurrido el 3 de diciembre de 2003. A través de objetos personales,
fotografías, poemas o ejemplares de sus libros haremos un repaso a la vida y
obra de esta genial autora zafrense.
Porque somos la
misma
Dulce Chacón y su
hermana gemela Inma nacieron en Zafra el 3 de junio de 1954, en la casa de la
plaza Grande esquina a Pasteleros. Eran la cuarta y quinta hijas del abogado Antonio
Chacón y de su esposa María Gutiérrez, que ya eran padres de Antonio, Ida y
Aurora. Después nacerían José Lorenzo,
Piedad, Francisco y Juan, que obligaron a cambiar de residencia, primero,
a la calle Santa Catalina y, después, a la de Tetuán. La prole era conocida como
los Chaconcinos y Dulce e Inma como Las mellis.
La gran pasión del
padre era la poesía. Poeta íntimo, sus composiciones las desgranaba entre sus
familiares, amigos y, cómo no, entre sus hijos. Escribe mucho, aunque publica
poco y cuando lo hace utiliza el seudónimo «Hache», que también usaría Dulce. El
padre poeta influirá poderosamente en sus mellis, a pesar de contar con sólo
once años cuando les dejó.
Antonio Chacón Cuesta era un eminente abogado, natural de
Almendralejo, que se afincó en Zafra, de la que llegó a ser su alcalde entre
1960 y 1965. Su actividad edilicia fue transcendental para el futuro de la
ciudad: consiguió que fuese declarada conjunto histórico-artístico, puso en
marcha la Feria Regional del Campo Extremeño y que se iniciara la conversión
del Palacio ducal en Parador de Turismo, entre otros logros.
Tras su prematura muerte, una distinta y
nueva vida le esperaría a toda la familia en Madrid. Su marcha supuso el
desarraigo y la aurora de un nuevo día en el que en su horizonte seguía en Zafra:
sus calles y plazas, sus gentes, los olores y sabores o esas palabras, esa
dicción tan de aquí. Su madre, a pesar del dolor, como mujer esforzada supo
enseñarles a seguir la vida, a reír y a volar…
Escribir para no
morir
En Madrid, las
hermanas estudian en un internado que, para Dulce, fue como estar encarcelada.
Para «vivir» sigue la senda aprendida de su padre: comienza a escribir poesía
como una forma de liberación.
Mas, no fue hasta
los 38 años cuando publica su primer libro poético Querrán ponerle nombre
(1992). Le siguieron Las palabras de la piedra (1993) y Contra el
desprestigio de la altura (1996), por el que obtuvo el Premio de Poesía
Ciudad de Irún 1995. Al finalizar el
milenio, publica Matar al ángel (1999) y el recopilatorio Cuatro
gotas (2003).
Siendo ya una
reconocida novelista, le preguntaron si había abandonado la poesía. Su
respuesta fue que la poesía era «algo básico para un escritor, por esos rasgos
concretos que le supone el participar con la inspiración, el contar con la
memoria, con los sentimientos más íntimos… Yo lo que deseo es que la poesía no
me deje a mí».
¿Quién puede protegerse de un sueño?
Aunque la poesía era el género con el que
más disfrutaba, fue la novela la que más éxito le reportaría. Una obra
que hay que entender desde su dimensión poética y su compromiso ético por la
defensa de los derechos humanos, la dignidad de las mujeres maltratadas, de los
inmigrantes o la restitución de la memoria de la guerra y la posguerra.
Comenzó su
trayectoria en 1996 con Algún amor que no mate, a la que siguieron Blanca
vuela mañana y Háblame, musa, de aquel varón. Obras que componen la Trilogía
de la huida en las que trata sobre el desamor y la violencia machista. En
2000, con Cielos de barro, vuelve a los paisajes de su infancia, vuelve
a Extremadura, para ofrecernos, junto a La voz dormida, un acercamiento
a nuestro pasado que nace, para Dulce, «de una necesidad personal de hace mucho
tiempo, la de conocer la historia de España que no me contaron, aquella que fue
censurada y silenciada».
Una obra extensa, escribía
Rosa Regás, en la que Dulce «ha sabido como pocos tejer y mezclar los hilos de
la imaginación literaria con los del compromiso, sin que en ningún momento
podamos acusarla de poner la una al servicio del otro».
Dulce acarició
todos los géneros literarios. Por eso en su haber encontramos desde obras teatrales
a cuentos e, incluso, una biografía. En todas ellas se filtra tanto su vena
poética como su compromiso ético.
Se estrena en 1998
como autora dramática con Segunda mano, con un enorme éxito en Madrid.
Su adaptación al teatro de Algún amor que no mate se estrena en 2002 en
Las Palmas de Gran Canaria y se representa en Madrid en 2003-2004. Fue candidata
a los Premios Max de las Artes Escénicas, como «mejor autora teatral en
castellano».
Sus cuentos, ese
género llamado menor, que fueron apareciendo en colaboraciones en prensa
o en libros colectivos, han sido recopilados y publicados en un volumen titulado
En las islas Morrocoy y otros relatos por la Editora Regional de
Extremadura en 2009.
En 1998, Planeta
publica Matadora. La increíble aventura de la primera mujer matadora de toros
de España, en la que Dulce colabora con la torera Cristina Sánchez en su
biografía, la de una mujer que escoge «una profesión que tradicionalmente
estaba reservada a los hombres, y más: vetada al sexo femenino».