lunes, 22 de diciembre de 2008

VILLANCICOS DEL MUNDO. CONCIERTO DIDÁCTICO

El pasado jueves 18 de diciembre, en el marco de la iglesia conventual, se celebró un concierto didáctico a cargo de la Coral Santa Cecilia de Zafra, dirigida por la profesora Toni Porras.

Se interpretaron villancicos como Harmonía mundi, anónimo del siglo XVI; Oh luz de Dios, popular alemán; A la media noche, anónimo; Esta noche es Nochebuena, tradicional galés; En la más fría noche, villancico norteamericano; Velo que bonito, tradicional colombiano; Adeste Fideles, de J. Reading y Los peces en el río, popular español.

Entre las composiciones se explicó al público qué era y cómo funcionaba una coral y qué son los villancicos, su origen y evolución en el tiempo.

Con este aplaudido concierto de la Coral Santa Cecilia se inicia una colaboración, que esperamos sea estrecha y fructífera, entre dos instituciones municipales zafrenses: la Escuela de Música y el Museo Santa Clara.

martes, 2 de diciembre de 2008

PIEZA DEL MES DE DICIEMBRE

Benditera

Plata en su color, repujada, grabada y fundida

28 x 17,5 x 9,5 cm

Francisco de Paula Martos

Taller cordobés. 1827

Colección Fernández Real, Zafra

Marcas: la de Córdoba, la del contraste Diego de la Vega y Torres (VEGA/27) y la del artífice Francisco de Paula Martos (F/MARTOS)

 

El agua, desde épocas pretéritas, ha sido considerada como fuente de vida y medio de purificación y regeneración. Para la Iglesia, el agua bendecida, además, evoca a Cristo que se identificó como agua viva. No es de extrañar, pues, su importancia en la liturgia y en la devoción popular.

Para contener agua bendita estaba destinada esta curiosa pieza de platería llamada benditera, que se colocaba en una de las paredes del dormitorio, para persignarse antes de dormir. Procedente del cortijo de Garay, situado a medio camino entre Zafra y Alconera, es obra del platero cordobés Francisco de Paula Martos, cuya actividad está documentada entre 1795 y 1850.

La benditera, que tiene forma de medallón del que cuelga una pilita avenerada, está ornada con ces, guirnaldas, palmas y rocallas para enmarcar un óvalo perlado con una representación de la Virgen Inmaculada. La exuberancia ornamental de regusto rococó que muestra, a pesar de lo tardía que es, contrasta con el resto de la producción neoclásica del platero, como avalan las piezas que guarda la colección conventual de Santa Clara.

La Inmaculada Concepción, que aparece como mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, es decir, como mujer apocalíptica, encinta, une sus manos e inclina su cabeza en signo de aceptación de la voluntad divina. Si la luna es símbolo de castidad, la disposición ahusada de la mujer juega con la ráfaga oval, que evoca al sol y al ostensorio eucarístico, pues su vientre fue sagrario vivo: mas la pura y limpia concepción no alude a la de Cristo, sino la de ella misma.
Juan Carlos Rubio Masa

domingo, 30 de noviembre de 2008

MIRABILIA VARIA / INTRAEXTRAMUROS

Exposición colectiva: MIRABILIA VARIA

Instalación: INTRAEXTRAMUROS. YOLANDA PÉREZ

Del 27 de noviembre al 4 de enero. Galería Alta. En horario del Museo

 

Las obras recogidas en esta exposición, como actividad especial dentro del curso que el CPR de Zafra ha dedicado al Museo de Santa Clara, dan testimonio del particular acercamiento de un grupo de profesores participantes en el mismo, al singular modo de pensar, visualizar o sentir cada uno de ellos, los más diversos elementos que integran el universo museístico y su entorno: sus rincones, los objetos de culto, los colores, la peculiar atmósfera, que, en definitiva, lo envuelve todo, y que nos invita a soñar y a imaginar ese mundo de silencio, no exento de misterio, tan fascinante y sorprendente, a pesar de la austeridad del lugar...

A través de estas creaciones, podemos reconstruir, de algún modo, los ecos de excepcionales momentos, suaves resplandores del amor,, metafísicas del alma, amaneceres, tintineos que llaman a Laudes, flores, destellos del corazón, verdes, azules, morados, escarlatas, la serena inocencia de los rostros, la pobreza, la entrega, la sencillez de los elementos, el ensimismamiento de los claustros, el niño en los brazos de la Madre, ese hilo rojo que va uniendo a cada uno de sus autores y sus obras, conformando una constelación singular, la hondura de las sombras, las alas de la luz, la ascensión silenciosa...

Además de la exposición, la poeta y artista Yolanda Pérez nos muestra en su instalación Intraextramuros su personal percepción de la comunidad de clarisas que viven en el Monasterio.

Exposición virtual

jueves, 20 de noviembre de 2008

Programa de familia

HACIENDO MUSEO:

A ESCONDIDAS CON LA MEMORIA

La Red de Museos de Extremadura y el Museo Santa Clara organizaron el pasado fin de semana (15 y 16 de noviembre) unos talleres con el objetivo de divulgar el conocimiento del Museo y fomentar la participación de familias de Zafra y su entorno en el mismo.

«En un pueblo y en un tiempo lejanos, la sombra del olvido avanza sobres sus habitantes. Un rey y su consejero, un hada, un mago, un viaje… y el tiempo necesario para mirar al interior de las personas y de los objetos y descubrir quiénes somos». 

Con esta sugestiva síntesis y bajo el título «Haciendo museo: a escondidas con la Memoria», un espectáculo de marionetas introdujo a todos, a través de la escenificación, en un mundo imaginario para que los asistentes comprendiesen la importancia de la memoria.

Esta actividad lúdico-didáctica estuvo dirigida a niños entre 5 y 12 años, acompañados de algún familiar adulto, con el fin de que advirtiesen que detrás de todos los objetos se esconde una historia y que su montaje en el museo responde a su importancia cultural.

Fue todo un éxito de asistencia: los niños participaron activamente,  disfrutaron con el espectáculo y seguro que en ellos caló el mensaje. 

Esperamos que pueda repetirse en el futuro.

sábado, 1 de noviembre de 2008

PIEZA DEL MES DE NOVIEMBRE

La Gloria

Missale Romanum

Grabado sobre papel

Encuadernación en madera, terciopelo y plata

28,5 x 21 x 7 cm

Baltasar Moreti, Imprenta Plantiniana, Amberes 1687

Encuadernación, Zafra 1690-1691

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

De entre todas las festividades dedicadas a los santos, la más solemne es la que se celebra el primero de noviem­bre. El aniversario, que arranca de los primeros siglos del cristianismo, para rememorar la consagración del Panteón de Roma a la Virgen y a todos los mártires, fue instituido como fiesta universal de la Iglesia en el siglo IX.

El Misal Romano o de San Pio V recogen los textos rituales para la celebración de la Eucaristía en las solemnidades litúrgicas anuales: Adviento, Navidad, Pascua y Pentecostés, como unificó y preceptuaba el Concilio Tridentino. El ejemplar, que mostramos, de cuidada tipografía a dos columnas y con tintas roja y negra, fue impreso por Baltasar Moretti; que mantenía en pleno siglo XVII, como heredero de la empresa tipográfica del flamenco Cristóbal Plantino, los derechos exclusivos de edición de textos religiosos otorgados por el Papado a su antecesor.

En la obra, el editor para señalar las fiestas litúrgicas se sirve de grabados a página completa. A veces estas ilustraciones sirvieron de inspiración para ciclos iconográficos de retablos; en ocasiones, como es el caso, fueron obras consagradas las que sirvieron de sostén a los iluminadores. Es evidente que esta estampa está inspirada en el lienzo La Gloria de Carlos V, que pintase Tiziano en torno a 1554 por encargo del Emperador. Y como este conforma una composición ovalada, presidida por la Santísima Trinidad hacia la que avanza la Virgen. Ahora bien, aquí, la familia imperial y los personajes del Antiguo Testamento del lienzo han sido sustituidos por Santos de la Iglesia; quienes, cual corte celestial, contemplan extasiados el inefable misterio trinitario.
Juan Carlos Rubio Masa

sábado, 4 de octubre de 2008

PIEZA DEL MES DE OCTUBRE

Caja relicario

Madera lacada y vidrio

22 x 29 x 34 cm

Arte Namban

Japón, periodo Momoyama

1573-1615

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

El convento de Santa Clara guarda sorpresas patrimoniales. Una muestra es esta caja relicario fabricada, en el siglo XVII, con cuatro fragmentos de un biombo japonés, cuyo suntuoso aspecto se consideró adecuado para cobijar los restos de los santos Bartolomé, Vicente, Fabricio, Blas, Rufo, Leonardo y Zenón, mártires de los primeros siglos del cristianismo.

A finales del siglo XVI comenzaron a estimarse los objetos suntuarios procedentes de Oriente. Un gusto ligado a la presencia de occidentales que comerciaron, primero, con China y, tras el descubrimiento de Filipinas, con Japón. Desde entonces, llegaba al puerto novohispano de Acapulco el llamado Galeón de Manila cargado de todo tipo de mercadurías de aquellas tierras; de entre las que los lacados, dada su durabilidad, exotismo y brillo negro y dorado, eran de las más cotizadas, luego, en España.

La laca, aunque es un barniz de origen chino, fue asimilada por la estética japonesa, que llevó su producción a la cima. Consiste en aplicar numerosas capas, sobre las que se puede dar color, dorar o incrustar piezas de nácar o marfil, para terminar con una capa de laca transparente y pulida que aporta su característico aspecto lustroso.

En la pieza, que exponemos, la técnica seguida es el maki−e, es decir, sobre una base de laca negra lleva pintada una ornamentación naturalista estilizada en tonos dorados, grises y rojos. Entre los rameados florales, que llenan los paneles, pueden verse un abanico, aves volando o posadas, y un feng-huang, el ave fénix oriental.

El término Namban, que significa extranjero del sur y se aplicaba en Japón a portugueses y españoles, sirve también para catalogar este tipo de objetos destinados a la exportación que son el resultado de la fusión de dos culturas lejanas.

Juan Carlos Rubio Masa

martes, 9 de septiembre de 2008

PIEZA DEL MES DE SEPTIEMBRE

Santo Cristo del Pozo

Madera dorada y policromada

84 x 70 x 24 cm

Siglo XVII

Capilla del Pozo, Zafra

 

Si la memoria de la vecindad de la Calle Pozo guarda como una leyenda el origen de su venerado Cristo, los libros parroquiales conservan la anotación de su invención y colocación en la humilde capilla que lo acoge.

El 24 de septiembre de 1787, un hombre yendo a sacar agua del pozo, que da nombre a la calle, vio flotando la imagen de un Crucificado. Congregado el vecindario y avisada la clerecía, fue extraída con una escarpia que, aún, cuelga como testigo junto a la imagen. Informado el obispo de Badajoz resolvió que se expusiese a la devoción en la iglesia o en las inmediaciones del pozo. Por lo que, en 1792 y a costa de los vecinos, “se dispuso una decente capillita”, donde “permanece con luz toda la noche”.

Embutida en una de las casas de la calle, la capilla es tan modesta que apenas supera el metro cuadrado en planta. Cubierta con una bóveda de arista, tiene en su frente el altar con el retablo y, a la izquierda, un nicho en el que se colocaba la lámpara que lo iluminaba.

Si el crucificado es una talla policromada de regusto manierista, fechable a comienzos del siglo XVII, y destinada a la devoción doméstica; el retablo seguramente es reaprovechado y obra del último tercio del siglo. Lleva, en el comedio, para alojar la imagen una hornacina cruciforme, que se enmarca con pilastrillas con cartelas y remata en un frontón curvo y volutas laterales con cogollos de frutas. Es obra vinculada a la escuela de Blas de Escobar, quizá se deba a su discípulo Alonso Rodríguez Lucas.

El Cristo recibía ofrendas de aceite o velas y, aunque nunca salió en procesión, se llegaron a celebrar veladas en su honor.

Juan Carlos Rubio Masa

sábado, 2 de agosto de 2008

PIEZA DEL MES DE AGOSTO


Mancerina
Plata moldeada, repujada y fundida
6 x 19,8 x 8 cm
Blas Amat
Taller sevillano. Entre 1730 y 1740
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Marcas: de los artífices (AMATe) y (ROMERO), la Giralda de Sevilla y del marcador Juan Caballero (CAVALLo).

El gusto por el chocolate en las Españas del Antiguo Régimen trajo consigo la invención de piezas de platería o cerámica para su consumo.

Una de las más curiosas es la pieza que presentamos, que debe su nombre a un Virrey del Perú del siglo XVII, el Marqués de Mancera: «por lo que se dixo Mancerina, y después con mayor suavidad Macerina» nos aclara el Diccionario de Autoridades de 1734, que la describe como una «especie de plato o salvilla, con un hueco en medio, donde se encaxa la xicara, para servir el chocolate con seguridad de que no se vierta».

Aunque abundaron las mancerinas de loza, las más refinadas se fabricaron en plata. La que nos ocupa fue realizada por Blas Amat, un reputado platero sevillano cuya producción, que se encuadra entre 1729 y 1780, evidencia un gusto rococó que no se advierte en esta pieza. Se ayudó de otro platero, quizá Clemente o Juan Silvestre Romero, que debía trabajar de oficial en su taller.

La mancerina consta de un plato redondo, decorado con gallones y escotadura de ovas, y un trípode de recuerdo abalaustrado que sujeta el anillo en el que se insertaba el pocillo o jícara. Aunque su uso como tal en el convento no está documentado, pudo pertenecer a alguna religiosa. Sea o no, en el siglo XVIII, la comunidad de monjas adquiría regularmente cacao de Caracas para consumo como bebida o cobertura de dulcería.

Mas olvidada su primitiva función y perdido el pocillo de loza, servía como purificador junto al Sagrario, acogiendo, ahora, un vaso, de plata moldeada con labores mecánicas, realizado en un taller de Córdoba en 1816.

Juan Carlos Rubio Masa

jueves, 3 de julio de 2008

PIEZA DEL MES DE JULIO










Historia de la muerte y glorioso martyrio del Sancto Inocente, que llaman de la Guardia
Papel y encuadernación en pergamino
20,3 x 15,5 x 3 cm.
Fray Rodrigo de Yepes
Impreso por Juan Íñiguez de Lequerica. Madrid, 1583

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra



En 1682 donaba este libro al convento una religiosa que no quiso dejar su nombre escrito. La obra, compuesta de cinco tratados, se inicia con el dedicado al martirio del Santo Niño de La Guardia, ocurrido supuestamente en esa villa toledana en 1490.

En junio era detenido un converso, vecino del pueblo, que reconocería bajo tormento que judaizaba lo mismo que otros del cercano Tembleque. Detenidos todos, uno llegó a confesar que el Viernes Santo pasado había visto a los demás crucificar a un niño y, después, extraer su corazón y unirlo a una hostia consagrada para hacer un hechizo que «echándolo en los ríos y fuentes, los [inquisidores y cristianos] que bebiesen perdiesen el seso y la vida». Con ello pretendían vengar el auto de fe celebrado en Toledo a comienzos del año.

Fray Rodrigo Yepes, tras exponer los antecedentes del caso en Francia, nos describe el rapto, juicio, crucifixión y entierro del niño, buscando su correspondencia con la pasión de Cristo. Su lectura pone en evidencia como la tortura llevar a cualquiera puede a inculparse de los delitos más atroces e impíos. El proceso inquisitorial seguido culminó con la ejecución de todos los encausados en un auto de fe celebrado en Ávila en 1491.

La xilografía de la portadilla muestra al Santo Niño con alas en los tobillos, muñecas y espalda, abrazado a la cruz y asiendo un yugo con su mano diestra. Una iconografía nueva, cuyo simbolismo Yepes fundamenta en San Mateo, «yugo es este muy suave/ y leve la Cruz amada/ pues de un niño es ya llevada» y en Platón, «a las ánimas justas les nacen alas, con que vuelan al cielo».


Juan Carlos Rubio Masa



domingo, 1 de junio de 2008

PIEZA DEL MES DE JUNIO

Tres tembladeras Plata moldeada, repujada y fundida 4 x 10 x 4,5 cm. José Alexandre Ezquerra Taller sevillano. Tercer cuarto del siglo XVIII Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Marca del artifice: «ALEXANDRE» Inscripción en la base: «JOAQ[ui]NA V[i]CO»
El Diccionario de Autoridades de 1739 define la tembladera como un vaso ancho de plata, de figura redonda, con dos asas a los lados y un pequeño asiento. Utiliza como fuente lexicográfica el fragmento de la Dorotea (1632) de Lope de Vega: «dale a Gerarda aquella tembladera de plata, para que haga chocolate», que esclarece, de paso, su uso; si bien no alcanza a sugerir que también servía en la mesa, dispuesta sobre un plato o salvilla, para beberlo. Y justifica su nombre en que son de «hoja muy delgada, que parece que tiembla», puesta al fuego en el anafe.
Las tembladeras, que exponemos, fueron fabricadas por el platero sevillano José Alexandre Ezquerra (1715-1786), cuya marca se reitera en las asas. Fue este un orfebre minucioso, examinado en 1751, que nos ha legado una obra preciosista en la que denota su dominio del lenguaje rococó, como se advierte en la arqueta eucarística, fechada entre 1770 y 1775, que se exhibe en el Museo.
Empero, estas piezas, austeras y clasicistas, seguramente sean de su primera época: son tres cuencos de poca hondura, cuerpo gallonado, boca ornada con dieciséis lóbulos y asas de cartones en ge, cuya curva apenas aúpa del borde de la boca. En la base, plana, todas llevan inscrito el nombre de su dueña y los ejes y la señal del puntero que sirvieron de guías para moldearlas.
Desconocida su procedencia, presumimos que formaron parte de una vajilla familiar y llegaron al convento por donación; allí, aparte del uso descrito, se utilizaron en la liturgia como purificadores.
Juan Carlos Rubio Masa

lunes, 5 de mayo de 2008

PIEZA DEL MES DE MAYO


Corazón de María
Madera dorada, policromada y telas
90 x 36 x 36 cm.
Último tercio del siglo XIX

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

La devoción al Corazón de María, que se inicia en el siglo XVII, se fomenta en el XIX con las pastorales del padre Claret y la fundación de los cordimarianos, como respuesta a la dramática situación que atravesaba la Iglesia española tras la desamortización y la propaganda revolucionaria atea y anticlerical del siglo. Resurge entonces un nuevo misticismo en el que las almas sencillas encontrarán consuelo en la oración ante la Virgen «ostentando su purísimo Corazón».

La imagen que exponemos es una talla conocida como de «cap i pota», expresión que sirve para referirse a las de vestir que, a diferencia de las de centurias anteriores, poseen piernas. Un tronco de madera, apenas desbastado para darle apariencia humana, sirve de sustento a la cabeza y a las extremidades articuladas que, como únicas partes que han de ser vistas, aparecen estucadas y policromadas. Esta traza permitía su atavío con facilidad y que sus vestidos y mantos, joyas y coronas se ajustasen a los ciclos litúrgicos.

Herederos de lo más delicado de la iconografía mariana barroca, estos simulacros salidos de talleres catalanes de imaginería conmovían a los fieles por su amable semblante y por lo sutil de su gestualidad.

Perteneció a sor Jacinta Aparicio de la Presentación, monja clarisa del convento, que conseguiría en 1893 del obispo de Badajoz, el franciscano fray Francisco Saenz de Urturi y Crespo, una bula de indulgencias para quienes a sus plantas orasen devotamente. Hasta hace unos años se veneraba en la enfermería conventual.

Juan Carlos Rubio Masa

domingo, 6 de abril de 2008

Pieza del mes de abril 2008

Retablillo relicario
Madera dorada y policromada, cristal
104 x 55 x 20 cm.
Primera década del siglo XVII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

La capilla de las Reliquias es una pequeña pieza, construida aprovechando el grosor del muro de la nave de la iglesia y robándole algo a la panda oriental del claustro. Su ubicación permite el acceso desde la clausura, mientras que desde la iglesia solamente era posible su contemplación a través de una portada marmórea enrejada, que se cerraba con puertas doradas. Dentro, sus paredes y bóveda se visten con azulejos talaveranos, que prestan al ambiente un brillo especial; a lo que contribuye el dorado retablo, cuyos estantes se llenan con bustos de santos, pirámides de plata o cruces relicarios.

Se buscaba crear un espacio prodigioso, cercano a las colecciones de arte y maravillas de tanta aceptación en la época. Una cualidad a la que se sumaría el aura de arcano que engendraba su inaccesibilidad. En este ambiente recogido, reservado y misterioso, la santidad brillaba y el pueblo, en ciertos días, podía verla y gozar de ella, aunque sin alcanzar a tocarla si no era con los ojos del espíritu.

La colección de relicarios llegó al convento en 1603 en su mayor parte. Años después, contaba el duque Lorenzo IV Suárez que aún conservaba, en Nápoles, más reliquias que habrían de ponerse en la capilla, junto a las que su madre tenía en Madrid.

Seguramente, algunas se dispondrían en dos retablillos, que llegarían al convento en tiempos ya de su hijo el tercer duque. El que exponemos, recién restaurado, es una pieza de madera dorada y policromada, que se enmarca con columnas torsas y movido frontón sobre el que cabalgan las armas ducales. El comedio y el basamento se muestran pletóricos de compartimientos estancos, en los que tras sus vidrieras se exhiben restos de santos y reliquias varias.
Juan Carlos Rubio Masa

miércoles, 12 de marzo de 2008

Pieza del mes de marzo 2008

Cristo de los Afligidos Madera policromada 229 x 110 x 51 cm. Finales del siglo XVII Colegiata de la Candelaria
Al atardecer del Jueves Santo, los hermanos de la venerable Orden Tercera de San Francisco procesionaban esta imagen de Cristo por las calles de Zafra. El piadoso cortejo partía del monasterio de San Benito donde tenía su altar y, tras cruzar la puerta de Los Santos, callejeaba intramuros para hacer estación ante los sagrarios, colocados horas antes en los monumentos de la colegiata e iglesias conventuales. Muy venerado antaño por su aura de milagroso, el Cristo de los Afligidos se nos muestra de pie y desnudo, llagado y escarnecido, con la expresión resignada y la mirada elevada al cielo, en una imagen poco coherente con la historia evangélica, aunque pletórica de simbolismo y espiritualidad: mientras el gesto de señalar el corazón y el de aprestarse a ceñir la cruz erguida parecen hacerle musitar «¿qué más puedo yo hacer por los hombres?»; la calavera, bajo la planta del pie izquierdo, y la sierpe, aplastada por la cruz, aluden a su triunfo sobre la muerte y el pecado original.
Los precedentes remotos de esta iconografía se hallan en el Cristo de los Dolores, que grabase Durero, y en el Resucitado abrazado a la cruz, que esculpiera Miguel Ángel; pero el modelo inmediato es el Cristo de la Victoria, que guarda el convento de agustinas de Serradilla. Y casi una réplica es, si no fuera porque el de Zafra es menos sanguinolento y dramático, y muestra la cabeza alzada y bien visible la cuerda que sujeta el paño de pureza.
Aquella imagen, surgida de la visión de un fraile madrileño y de la gubia de Domingo de la Rioja, fue tallada en Madrid por encargo de una beata de Plasencia. Tanta devoción alcanzó en la corte de Felipe IV, que el modelo tuvo una amplia difusión durante el Barroco.
Juan Carlos Rubio Masa

jueves, 7 de febrero de 2008

Pieza del mes de febrero 2008


Martirio del beato Juan de Prado
Óleo sobre lienzo
83,5 x 63 cm.
Finales del siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

A cierta distancia de Zafra, sobre una loma entre Almendral y Barcarrota, se levanta el antiguo monasterio de Nuestra Señora de Rocamador, fundado a comienzos del siglo XVI bajo el patronazgo de los entonces Condes de Feria.


De modesta hechura, como corresponde al ascetismo del franciscanismo descalzo, este cenobio, construido en un calvero del encinar, acogió a Juan de Prado en 1584.


Por aquel entonces era tan sólo un joven de veintiún años, que había estudiado en la Universidad de Salamanca y deseaba seguir la vida religiosa. Mas sus dotes y preparación pronto le llevaron a ocupar oficios de guardián y maestro en diversos conventos, de definidor en la provincia de San Gabriel y, cuando en 1620 se creó la de San Diego en Andalucía, el de su primer ministro provincial.


Ahora bien, a pesar de esa brillante trayectoria, Juan de Prado nunca habría pasado a la historia florida de la Iglesia de no haber hallado el martirio en Marruecos en 1631; a donde había ido como prefecto apostólico para asistir a los cautivos cristianos.


El lienzo, que exponemos, nos muestra, el cruel suplicio que padeció durante los pocos días que estuvo retenido por no abjurar de su fe: tras ser herido por un alfanje en la cabeza, fue asaeteado y echado, aún vivo, a la hoguera. Es una estampa devota, concebida para conmover a los fieles e inflamar su piedad y, al tiempo, mostrarles que el martirio, evocado en la palma, tiene su recompensa con la gloria eterna, figurada con la corona de rosas que los ángeles se aprestan a colocar sobre su cabeza. Fue beatificado en 1728.


Juan Carlos Rubio Masa

martes, 5 de febrero de 2008

Celebramos el primer aniversario de la inauguración del Museo

Hace apenas un año que se inauguraba y abría sus puertas el Museo de Santa Clara. El primer museo público de nuestra ciudad concebido y materializado con rigor museográfico. Un centro cultural para nuestra ciudad y sus visitantes, que ha sido posible gracias a la conjunción de muchas voluntades: si primero fue la generosa actitud de la comunidad de Santa Clara, después lo fue el favor decidido y unánime de dos corporaciones municipales, el amparo de un Ministerio del Gobierno de España, el respaldo y la largueza de la Red de Museos de la Junta de Extremadura y la desprendida disposición de algunos ciudadanos que han depositado o donado piezas de interés para la exposición que acogen estos muros. Pero el museo no habría conseguido, en este año que ha transcurrido, sensibilizar a los visitantes, transmitirles sus valores y singularidades, sin el permanente apoyo de los guías voluntarios. No hay más que ojear el Libro de Visitas del Museo para advertir la alta estima que el público les tiene, por su dedicación y buen hacer. Un libro que, además, nos permite comprender la buena sintonía, la empatía que se alcanza entre los visitantes y el museo. Las más de 18.000 personas que han hollado sus salas son una muestra de cómo el Museo, sin campaña alguna de difusión publicitaria, más que el boca a boca, ha conseguido salir a la calle y atraer la atención de los ciudadanos y de cuantos se acercan a conocer nuestra ciudad. Por ello, para recordar aquel día inaugural, se celebró un acto cultural en la iglesia conventual de Santa María del Valle. Tras la intervención del Excmo. Sr. Alcalde de la ciudad D. Manuel García Pizarro, se procedió a la entrega de distinciones a Dª. Pilar Caldera de Castro, Directora de la Red de Museos de Extremadura; a los donantes y depositantes de piezas en el Museo: D. Manuel Cobos Rayo, D. José María Ramírez Sánchez-Leva, Dª Carmen Navarro Hernández, Dª. Guadalupe Rubio Navarro, D. Joaquín García Carvajal, D. José Luis Nuño Arcos y a la Cofradía de la Esperancita. También se distinguió al Grupo de Guías Voluntarios de la Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio de Zafra, destacando especialmente a D. Ángel Cortes Luengo y a D. Justo Calderón Bizarro. En nombre de todos, tomó la palabra la Directora de la Red de Museos de Extremadura para, tras agradecer las distinciones, destacar que el Museo de Santa Clara es «algo vivo para la ciudad, motor de desarrollo y reflejo de la vida social de Zafra, pero también un centro que participa activamente en la vida cultural de toda la región aportando una nota distintiva en la oferta museística». El acto se cerró con un concierto del Trío Classic que interpretó obras de Bocherini, Vivaldi, Granados y De la Cima, entre otros. Un acto sencillo, pero emotivo...

lunes, 7 de enero de 2008

PIEZA DEL MES DE ENERO 2008


Cuna de Niño Jesús
Madera dorada
53 x 49 x 28 cm. aprox.
Siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle Zafra


La vida de las monjas es una vida de renuncias. Se apartan del mundo, para acogerse al claustro y vivir en comunidad una vida sencilla centrada en la oración.
Suelen citarse los cuatro votos que profesan (pobreza, castidad, obediencia y claustro) como el sumo abandono de los deleites de la vida extramuros, y es probable que sea así. Pero quizá la mayor renuncia, como mujeres que siguen siendo, venga de su abdicación del instinto materno, al menos mientras son jóvenes. Una cesación que sublimarán derrochando amor hacia el Niño Dios y hacia su Madre, virgen como ellas.
Su maternidad renunciada se vuelve ternura que, cual oración gestual, se desborda en cuidados hacia las imágenes de Jesús Niño. De ahí su abundancia en los conventos y la necesidad, que tienen, de diferenciarlas con los apelativos cariñosos que les imponen. Las hermanas extreman su atención en el aseo de sus vestiduras y atavíos que cambian para ajustar sus tonos a los señalados para los diferentes periodos litúrgicos.
Variada es la iconografía de Jesús infante: recostado o de pie; desde el sonriente que nos bendice, hasta el lloroso que juega con los instrumentos de su Pasión venidera. Para una imagen del recién nacido se fabricó, en el siglo XVIII, la cuna que exponemos. Si la escultura se ha perdido en el devenir del tiempo, aún se conserva este bellísimo lecho dorado de inspiración francesa. Lo componen cuatro tableros de talla, con roleos calados, ensamblados a cuatro largos balaustres rematados en florones. Un marco solemne, apropiado para la imagen del Creador vuelto a nacer.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE DICIEMBRE 2007


Grupo escultórico de las «Jornaditas»
Madera y telas
120 x 120 x 60 cm. aprox.
Siglos XVIII y XIX
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra

Apenas comienza diciembre, lo hace el tiempo litúrgico de Adviento, que abarca las cuatro semanas, previas a la Navidad, en las que los cristianos preparan el nacimiento del Niño Dios.
Las clarisas, durante esos días, acostumbran a celebrar las «Jornaditas», una evocación piadosa de las jornadas o trechos que María y José ocuparon en recorrer el camino de Nazaret a Belén.
Aunque la novena no comenzaba hasta mediado el mes, ya que había de concluir el día 24 antes de la Misa del Gallo, las monjas principiaban los ejercicios tantos días antes como hermanas hubiese.
Cada atardecer en procesión por los claustros, la comunidad, portando las imágenes de los santos esposos, remedaba su búsqueda de posada tras el largo camino andado. Cantando villancicos, las sores se acercaban a la celda de la hermana “posadera”; a cuya puerta llamaban rogando alojamiento para los “dos pobres peregrinos”. Una vez dentro, colocaban las imágenes en un altar, entonaban cantos y rezaban cuarenta avemarías; tras lo que la “posadera” de turno obsequiaba a las novicias con las castañas y caramelos que había colocado en las alforjas del santo.
Todo venía a ser antesala de las jornadas litúrgicas, que se iniciaban el día 16 con la instalación del grupo escultórico, que exponemos, en medio del coro. El conjunto, formado por piezas de diferentes épocas y calidad, muestra a la Virgen encinta, vestida de hebrea, montada a la grupa de un asno, de cuyo ronzal tira San José.
Las “Jornaditas” tienen su origen a finales del siglo XVI y en México, en donde se conocen como “Posadas”: una manifestación de religiosidad popular que buscaba cristianizar las antiguas fiestas indígenas del nacimiento y peregrinación del dios de la Guerra, celebradas por los mismos días.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE NOVIEMBRE 2007


Lápida funeraria
Mármol
18,5 x 42,5 x 4,5 cm.
Finales del siglo XV o comienzos del XVI
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Inscripción:
«ESTA SEPVLTVRA [E]S/ DE MARYNA GYMENEZ/Y SVS [H]I[JOS Y] EREDEROS»

El mes de noviembre es el tiempo que la liturgia consagra a los fieles difuntos. Los cementerios se llenan de deudos, que llevan piadosos flores y velas a las tumbas, y las iglesias celebran novenarios por las benditas ánimas del Purgatorio.
Desde los primeros tiempos, los cristianos, que profesan en el Credo la resurrección de los muertos y la vida eterna, tuvieron siempre gran piedad al recordar a los difuntos en sus sufragios y procuraron enterrar sus restos mortales a la sombra de las iglesias.
Precisamente uno de los objetivos de la fundación del Monasterio de Santa María del Valle, por los primeros Señores de Feria, fue el funerario: sus «cuerpos huelgan en medio del coro de las religiosas», reza una inscripción.
Mas ese entierro fue excepcional, sus descendientes se inhumaron en la capilla mayor de la iglesia o en la capilla ducal. Como patronos, los Suárez de Figueroa se habían reservado los espacios más preeminentes, y en ellos dispusieron cenotafios o laudes que hiciesen memoria.
La nave eclesial, por ende, quedó para sepultura del mejor postor: dividida en fosas regulares, el pavimento mostraba las lápidas de los que, teniendo fortuna suficiente, habían conseguido ser enterrados allí. Estampa que se mantuvo hasta que, a fines del XIX, una desafortunada reforma sacó las losas de la iglesia.
Recuperadas recientemente, forman un interesante muestrario epigráfico y heráldico, que espera ser expuesto. De entre ellas hemos extraído esta pequeña lápida de mármol de cronología imprecisa, bajo la que se encontraría la sepultura familiar de Marina Giménez y sus descendientes, como su leyenda certifica.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE OCTUBRE 2007


Virgen con el Niño
Madera sin policromar
44 x 19 x 13 cm.
Siglo XVI
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Cuando en 1678 la abadesa y monjas de Santa Clara, para cumplir una promesa, trasladaron la imagen alabastrina de la Virgen del Valle al retablo mayor, la hornacina que había sobre la puerta de la iglesia, en la que se veneraba desde el ocaso del medievo, quedó vacía.
Años después, entre 1715 y 1718, la fachada fue renovada y con ella la portada, el friso y el nicho. En el nuevo, de líneas clasicistas, fue colocada la imagen de la Virgen con el Niño, que exponemos, sobre una base marmórea que contiene una inscripción alusiva a la titular de la iglesia.
Obra del siglo XVI, la imagen muestra a María de pie, mirando al frente, al tiempo que sostiene a su Hijo con el brazo izquierdo, y éste se abalanza para coger algún fruto, flor u objeto que su Madre portaría en la mano libre. Es una imagen devota, trasunto de la Virgen del Valle, a la que imita en muchos detalles, aunque no sea una copia exacta, como la de alabastro no lo es de la original que se venera en la sevillana ciudad de Écija.
Resulta probable que se concibiese para ser venerada por las monjas en la clausura como simulacro de la titular, ya que no podían verla por encontrarse extramuros del convento.
La imagen es una talla en madera sin policromar, aunque quizá la haya perdido durante el tiempo que estuvo a la intemperie, que se apoya sobre una peana circular y muestra una armónica composición, en la que destaca el trabajo de los plegados del manto y de la túnica que viste.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE SEPTIEMBRE 2007


Relicario de Santa Dorotea
Madera policromada
54 x 42 x 27’5 cm
Madrid, circa 1600
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Inscripción: «DE LA MÁRTIR S[ANTA] DOROTEA»

Los Duques de Feria, como la mayoría de la alta nobleza española de los siglos XVI y XVII, estuvieron muy preocupados por poseer reliquias y restos de santos, un afán que era en esencia un trasunto de la devoción e inquietud que tuvo Felipe II por coleccionarlos.
El segundo duque inició su colección en 1592 cuando, con motivo de su estancia en Roma como embajador ante el Papa Clemente VIII, fue autorizado a extraer ciertas reliquias del monasterio cisterciense de los Santos Vicente y Anastasio, de la iglesia de San Sebastián y de la catacumba de San Calixto. Años después, en 1601, el conjunto aumentaba con otra importante remesa de reliquias obtenidas en Francia y en el Rosellón y Cerdaña, entonces parte del Virreinato de Cataluña.
Su madre, la duquesa Juana Dormer, las recibía en Madrid donde residía, y se aprestaba a encargar a escultores y plateros los relicarios en los que engastarlas. En Zafra, entre tanto, se construía la capilla en la que habrían de exponerse a la veneración de los fieles.
Las crónicas y la documentación refieren la solemnidad de la ceremonia de entrega y depósito de los relicarios al convento de Santa Clara, celebrada el domingo 2 de noviembre de 1603.
Entre ellos venían tres bustos-relicarios grandes que contenían las cabezas de las santas Dorotea, que es el que exponemos, Margarita y Unifreda. Todos llevan una teca oval en el pecho, con su vidriera para proteger la reliquia, y están encarnados, dorados y con los ropajes grabados o estofados. Responden a una producción casi seriada, de gusto manierista, en la que es patente su rigidez e inexpresividad, fruto de su condición de estuche y no de imagen devota del santo cuyos restos guardan.
Santa Dorotea, como mártir de los primeros siglos, se nos muestra como una doncella cuyas vestiduras y peinado pretenden evocar la Antigüedad. El busto, que ha sido repintado en más de una ocasión, tiene en su espalda una portezuela que permite acceder a los restos.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE AGOSTO 2007


Circuncisión de Jesús
Óleo sobre lienzo
110 x 81,5 cm.
Atribuible a Antonio Bautista
Hacia 1650
Convento de Santa Catalina. Zafra


Este óleo sobre lienzo representa el pasaje relatado por Lucas el Evangelista: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno».
Era la circuncisión una de las dos ceremonias que la ley mosaica prescribía en torno al nacimiento de un varón. Un rito purificador que consistía en la ablación del prepucio, como signo de la alianza entre Dios y su pueblo.
La escena discurre en un espacio indefinido, aunque enmarcado por grandes pilares que evocarían el Templo de Jerusalén, si bien en la realidad era una ceremonia que se celebraba en la casa paterna.
El centro de la composición lo ocupa el Niño, apoyado en la mesa ceremonial, al que rodean sus padres y familiares que contemplan como el sacerdote, conocido como mohel, sentado en la silla de Elías, corta con el cuchillo ritual la piel que rodea el glande y espera que la sangre se derrame en una jofaina.
El cuadro expuesto procede del convento de dominicas de Santa Catalina, en cuya iglesia se encontraba coronando el retablo del Nacimiento, uno de los colaterales de la nave. De ahí los gruesos trazos y la fuerte caracterización de los personajes. La única referencia documental que tenemos del mismo es de 1658, entonces se contrataba otro de los retablos con dos artistas zafrenses, el pintor Antonio Bautista y el escultor y ensamblador Juan Gordillo, especificándose que había de ser «del mesmo tamaño de alto y ancho y de la misma obra que es el de el Naçimiento que está en dicha iglesia», seguramente obra de los mismos maestros.
Aunque muy tardío, el lienzo rememora un rito practicado en Sefarad, y por ende en la alhama de Zafra, que se perdió tras la expulsión de 1492.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE JULIO 2007


Santa Teresa de Jesús
Óleo sobre lienzo
146 x 97 cm.
Segunda mitad del siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


En 1736 y en el barrio de los Mártires de Zafra, el obispo de Badajoz don Amador Merino Malaguilla bendecía el convento de Carmelitas Descalzas, que venía a sumarse a los otras cinco clausuras femeninas de la villa. Con ello cobraba forma canónica un beaterio nacido tiempo atrás, junto a la ermita de los mártires Fabián y Sebastián, que seguía el modelo del Carmelo Teresiano. Y es que el ejemplo de la santa de Ávila, tras ser canonizada en 1622, no tardó en calar en la espiritualidad de la villa; de ahí que no escaseen sus representaciones iconográficas.
En el lienzo, Teresa de Jesús, la santa “inquieta y andariega”, aparece en la intimidad de su celda, sentada ante una mesa y un libro sobre el que se apresta, con el cálamo, a anotar lo que la voz del cielo le sugiere. Estado místico que el pintor expresa elevando la mirada de la santa, al tiempo que un ángel descorre una cortina de barroca ornamentación para desvelarnos el suceso.
La composición, seguramente inspirada en alguna estampa devota, no muestra la paloma alusiva al Espíritu Santo, que sobrevuela dentro de un halo dorado o se posa sobre su hombro para dictarle los pensamientos divinos, como puede verse en otros lienzos conservados en el Museo y en la Colegiata. En éste la tercera Persona de la Trinidad, a la que la santa recurría en busca de fuerza e inspiración para hablar y escribir, solo aparece insinuada con la expresión extática del rostro de Teresa, que expresa su unión mística con la divinidad.

Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE JUNIO 2007


Pináculo heráldico de la fuente claustral
Mármol
56 x 27 x 27 cm.
Siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle. Zafra


Desde que se descubriese el manantial conocido como Madre del Agua, los Condes de Feria controlaron su uso público y privado.
Para abastecer a la población, a mediados del siglo XV, mandaron construir extramuros el Pilar del Conde, después llamado del Duque, una fuente con un enorme abrevadero en la que estamparon sus blasones como señal de dominio y munificencia.
Desde aquí el agua era traída encañada a una arqueta que la distribuía, a través de unas tuberías cerámicas conocidas como pajas, hacia el alcázar condal, la más profunda y segura de abastecimiento en épocas de sequía, y al convento de Santa Clara. El de Santa Marina, pese a su cercanía a la residencia señorial, no fue autorizado a servirse del manantío hasta el siglo XVII.
En Santa Clara, la paja, que se soterró bordeando la muralla, penetraba por el sur hasta alcanzar las oficinas monásticas que la necesitaban.
Ya en el Seiscientos, para aprovechar la abundancia de caudal, la abadesa y monjas decidieron colocar una fuente en el comedio del claustro. Los canteros, que aprovecharon las vecinas canteras de mármol de Alconera o Burguillos para fabricarla, optaron por un diseño clásico y apenas ornamentado: un pilón rectangular de pretil bajo y una copa central con cuatro caños de latón dorado.
En uno de los lados menores de la taza se dispuso el pináculo heráldico que exponemos. Consta de un pedestal de molduración clasicista, en el que se ajustaría el caño metálico, y un remate piramidal en el que se alternan una hoja de higuera con una mano alada, empuñando una espada, que son armas de los Figueroa y Manuel, respectivamente.
Estos blasones, aunque son propios de los primeros condes, Lorenzo Suárez de Figueroa y María Manuel, fueron usados en los escudos de sus sucesores; por lo que la ostentación que de los mismos se hace en la fuente y se reitera en distintas dependencias monásticas alude al continuado patronazgo de la Casa de Feria sobre la comunidad de clarisas de Santa María del Valle.
Juan C. Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE MAYO 2007


Virgen de la Caridad
Madera policromada
170 x 48 x 38 cm.
Círculo de Blas de Escobar
Segunda mitad del siglo XVII
Capilla del Arco de Jerez. Zafra


La capilla de la Virgen de la Caridad, en la que se venera la imagen expuesta, está construida sobre la puerta oeste o Arco de Jerez de la muralla de Zafra.
Aunque la cerca y sus puertas fueron levantadas entre 1428 y 1449, la construcción de la capilla es tardía. La reforma más antigua conocida es de 1611, pero su aspecto actual deriva de la obra ejecutada entre 1675 y 1679. Si en la primera se hizo una capilla abierta, entre las esculturas marmóreas de San Crispín y San Crispiniano, patronos del gremio de curtidores y zapateros; en la última, se creó el ámbito diáfano, cubierto con una cúpula sobre pechinas, que puede verse.
Desconocemos si el retablo y la imagen de la Virgen estuvieron colocados en la capilla-hornacina de principios del siglo, o se hicieron ex profeso para la nueva, dado que su cronología nos permite conjeturar lo uno y lo otro. Lo que no hay duda es su relación con las maneras de trabajar de Blas de Escobar, un ensamblador y escultor de prestigio en esa centuria, que nos ha dejado obras tan significativas como el grandioso retablo de la Colegiata (1656-1666) o el diminuto de la capilla hornacina de La Esperancita (1659).
Mas si el retablo y la imagen no se debieran a la mano de Escobar, lo serán de la de alguno de los maestros que se formaron en su taller: Alonso Rodríguez Lucas, Antonio Vélez Moro o Lorenzo Román. El primero se inició como aprendiz en 1661 y mantuvo una estrecha relación con su maestro, del que llegó a heredar parte de su biblioteca, así como su estética y artificio. Nos ha dejando huella de lo mismo en el retablo mayor de la iglesia conventual de Santa Clara, que contrata en 1670, un mes después del fallecimiento de Escobar.
La Virgen de la Caridad, que ocupa la hornacina principal del retablo, aparece de pie y algo envarada, en contraste con los agitados dobleces del manto que la envuelve y la inquietud del Niño que ofrece a la devoción de los fieles.
Se trata de una talla en madera de pino, a la que se ha aplicado una policromía mixta: mientras en las encarnaduras se emplea el óleo bruñido; en los paños, el pan de oro y el temple siguiendo las técnicas del estofado, esgrafiado y rajado. Los ojos son de vidrio soplado y el manto, que muestra una bellísima ornamentación, se remata con una fimbria de encaje de bolillo, encolada y dorada.

Juan C. Rubio Masa