domingo, 1 de junio de 2008

PIEZA DEL MES DE JUNIO

Tres tembladeras Plata moldeada, repujada y fundida 4 x 10 x 4,5 cm. José Alexandre Ezquerra Taller sevillano. Tercer cuarto del siglo XVIII Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Marca del artifice: «ALEXANDRE» Inscripción en la base: «JOAQ[ui]NA V[i]CO»
El Diccionario de Autoridades de 1739 define la tembladera como un vaso ancho de plata, de figura redonda, con dos asas a los lados y un pequeño asiento. Utiliza como fuente lexicográfica el fragmento de la Dorotea (1632) de Lope de Vega: «dale a Gerarda aquella tembladera de plata, para que haga chocolate», que esclarece, de paso, su uso; si bien no alcanza a sugerir que también servía en la mesa, dispuesta sobre un plato o salvilla, para beberlo. Y justifica su nombre en que son de «hoja muy delgada, que parece que tiembla», puesta al fuego en el anafe.
Las tembladeras, que exponemos, fueron fabricadas por el platero sevillano José Alexandre Ezquerra (1715-1786), cuya marca se reitera en las asas. Fue este un orfebre minucioso, examinado en 1751, que nos ha legado una obra preciosista en la que denota su dominio del lenguaje rococó, como se advierte en la arqueta eucarística, fechada entre 1770 y 1775, que se exhibe en el Museo.
Empero, estas piezas, austeras y clasicistas, seguramente sean de su primera época: son tres cuencos de poca hondura, cuerpo gallonado, boca ornada con dieciséis lóbulos y asas de cartones en ge, cuya curva apenas aúpa del borde de la boca. En la base, plana, todas llevan inscrito el nombre de su dueña y los ejes y la señal del puntero que sirvieron de guías para moldearlas.
Desconocida su procedencia, presumimos que formaron parte de una vajilla familiar y llegaron al convento por donación; allí, aparte del uso descrito, se utilizaron en la liturgia como purificadores.
Juan Carlos Rubio Masa

lunes, 5 de mayo de 2008

PIEZA DEL MES DE MAYO


Corazón de María
Madera dorada, policromada y telas
90 x 36 x 36 cm.
Último tercio del siglo XIX

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

La devoción al Corazón de María, que se inicia en el siglo XVII, se fomenta en el XIX con las pastorales del padre Claret y la fundación de los cordimarianos, como respuesta a la dramática situación que atravesaba la Iglesia española tras la desamortización y la propaganda revolucionaria atea y anticlerical del siglo. Resurge entonces un nuevo misticismo en el que las almas sencillas encontrarán consuelo en la oración ante la Virgen «ostentando su purísimo Corazón».

La imagen que exponemos es una talla conocida como de «cap i pota», expresión que sirve para referirse a las de vestir que, a diferencia de las de centurias anteriores, poseen piernas. Un tronco de madera, apenas desbastado para darle apariencia humana, sirve de sustento a la cabeza y a las extremidades articuladas que, como únicas partes que han de ser vistas, aparecen estucadas y policromadas. Esta traza permitía su atavío con facilidad y que sus vestidos y mantos, joyas y coronas se ajustasen a los ciclos litúrgicos.

Herederos de lo más delicado de la iconografía mariana barroca, estos simulacros salidos de talleres catalanes de imaginería conmovían a los fieles por su amable semblante y por lo sutil de su gestualidad.

Perteneció a sor Jacinta Aparicio de la Presentación, monja clarisa del convento, que conseguiría en 1893 del obispo de Badajoz, el franciscano fray Francisco Saenz de Urturi y Crespo, una bula de indulgencias para quienes a sus plantas orasen devotamente. Hasta hace unos años se veneraba en la enfermería conventual.

Juan Carlos Rubio Masa

domingo, 6 de abril de 2008

Pieza del mes de abril 2008

Retablillo relicario
Madera dorada y policromada, cristal
104 x 55 x 20 cm.
Primera década del siglo XVII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

La capilla de las Reliquias es una pequeña pieza, construida aprovechando el grosor del muro de la nave de la iglesia y robándole algo a la panda oriental del claustro. Su ubicación permite el acceso desde la clausura, mientras que desde la iglesia solamente era posible su contemplación a través de una portada marmórea enrejada, que se cerraba con puertas doradas. Dentro, sus paredes y bóveda se visten con azulejos talaveranos, que prestan al ambiente un brillo especial; a lo que contribuye el dorado retablo, cuyos estantes se llenan con bustos de santos, pirámides de plata o cruces relicarios.

Se buscaba crear un espacio prodigioso, cercano a las colecciones de arte y maravillas de tanta aceptación en la época. Una cualidad a la que se sumaría el aura de arcano que engendraba su inaccesibilidad. En este ambiente recogido, reservado y misterioso, la santidad brillaba y el pueblo, en ciertos días, podía verla y gozar de ella, aunque sin alcanzar a tocarla si no era con los ojos del espíritu.

La colección de relicarios llegó al convento en 1603 en su mayor parte. Años después, contaba el duque Lorenzo IV Suárez que aún conservaba, en Nápoles, más reliquias que habrían de ponerse en la capilla, junto a las que su madre tenía en Madrid.

Seguramente, algunas se dispondrían en dos retablillos, que llegarían al convento en tiempos ya de su hijo el tercer duque. El que exponemos, recién restaurado, es una pieza de madera dorada y policromada, que se enmarca con columnas torsas y movido frontón sobre el que cabalgan las armas ducales. El comedio y el basamento se muestran pletóricos de compartimientos estancos, en los que tras sus vidrieras se exhiben restos de santos y reliquias varias.
Juan Carlos Rubio Masa