miércoles, 4 de marzo de 2009

PIEZA DEL MES DE MARZO

Vinajeras

Plata moldeada, fundida, troquelada y calada

21 x 13 x 11 cm

Francisco de Paula Martos

Taller Cordobés. 1830

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra 

Marcas:

La de Córdoba, la del contraste Cristóbal Pesquero (1830/PESQUERO) y la del artífice Francisco de Paula Martos (F/MARTOS)

Aunque casi olvidada, Zafra tuvo otra feria, más antigua y de más arraigo que la de San Miguel. Concedida en 1395, se celebraba durante quince días en torno al 24 de junio, festividad de San Juan. Su esplendor llegó hasta el siglo XVIII, tras el que fue palideciendo para agonizar en la pasada centuria.

En la feria de 1830, el mayordomo del convento de Santa Clara adquiría, a un mercader de platería cordobés, estas vinajeras para servicio de la misa de diario. Mil quinientos veintidós reales con veintiocho maravedís le costaron los tres juegos que comprase, una cifra estimable si consideramos que equivalía, entonces, al sueldo anual de una maestra y la arroba de aceite no alcanzaba los veintinueve reales.

Este aderezo, compuesto por dos jarritas y una salvilla en la que se acomodan, se usa para contener el vino y el agua con los que llenar el cáliz antes del Ofertorio.

Obra de Francisco de Paula Martos, uno de los plateros más reconocidos de la Córdoba decimonónica, estas vinajeras responden a modelos neoclásicos, de ahí que el perfil elegido por el maestro para las jarritas recuerde el de ciertas vasijas de la antigüedad grecorromana: sobre peana circular perlada y gollete troncocónico, se dispone el recipiente, propiamente dicho, que muestra una panza aovada y un cuello cóncavo y asa sinuosa. La boca lleva una tapa alabeada en la que, para guardar el orden litúrgico, se ve un racimo de uvas, en una, y un pez, en la otra.

La bandeja o salvilla, de forma ovalada y orilla cóncava, tiene dos encajaduras donde asegurar las jarritas y se alza sobre pies trapezoidales con decoración vegetal esquemática calada.

Juan Carlos Rubio Masa

martes, 3 de febrero de 2009

PIEZA DEL MES DE FEBRERO

Escudilla

Loza pintada y vidriada

8 x 11 x 5 cm

Taller de Talavera de la Reina. Serie Azul

Mediados del siglo XVIII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Inscripción: «D[oña]A BEATRIZ DE AREN[za]NA»

 

Doña Beatriz Rodríguez de Arenzana y de Mora, nacida en 1730 en Zafra y en cuna hidalga, tomó el hábito de clarisa a la edad de 15 años; y tras su profesión el 20 de octubre de 1746, fue conocida como sor Beatriz del Espíritu Santo. Toda su vida, que estuvo dedicada exclusivamente a la oración, transcurriría entre los muros de este monasterio, del que llegó a ser vicaria pocos años antes de su deceso acaecido en 1788.

Al ser miembro de una familia pudiente, aportó como dote para su ingreso en el monasterio 700 ducados en moneda, que le permitieron ser monja plena o de velo negro y poseer un ajuar para su servicio. De entre sus pertenencias se ha conservado esta escudilla, una «vasija ancha y de la forma de una media esfera, que se usa comúnmente para servir en ella la sopa y el caldo», que nos ha llegado deteriorada al haberse reutilizado como pila de agua bendita empotrada en una capilla de la clausura.

La pieza está decorada en azul cobalto, en varios tonos para dar profundidad, sobre fondo blanco estannífero. La pared externa muestra un paisaje compuesto por palacetes torreados, árboles de tronco lineal y extendida copa, arbustos punteados y pájaros esquemáticos, que culmina en un borde azulado. Dentro se orna con una cenefa de roleos vegetales y, en el fondo, un paisaje con un pájaro erguido entre dos arbustos y la inscripción alusiva a su dueña.

Los talleres y hornos talaveranos tuvieron su época de esplendor entre los siglos XVI y XVIII, siendo muy estimada su loza entre las clases acomodadas por ser abastecedores de la Corte. Esta escudilla era un objeto de calidad, delicado y precioso que perpetuaba en el claustro las diferencias sociales del siglo.

Juan Carlos Rubio Masa

martes, 6 de enero de 2009

PIEZA DEL MES DE ENERO

Niño Jesús de Belén

Madera policromada

44 x 23 x 17 cm

Fray Miguel González

Tierra Santa, 1723

Monasterio de Santa María del Valle Zafra

 

La escenificación del nacimiento de Cristo, que Francisco de Asís recrease en Greccio la Navidad de 1223, supuso un giro esencial en la imagen medieval de la divinidad: la inexorable majestad apocalíptica dio paso al amable y tierno Dios-Niño, como nacido de mujer que era.

Desde entonces, la espiritualidad franciscana contribuyó a la creación y difusión de la iconografía de la niñez del Mesías, uno de cuyos primeros modelos devocionales fijados es el que lo muestra recostado en el pesebre. Como este Niño Jesús, que exponemos, tallado en Tierra Santa y réplica cuidada del que, a comienzos del siglo XVIII, se veneraba en el convento franciscano adyacente a la basílica de la Natividad de Belén.

Esta imagen articulada, cuya «grandeza es aquella que suele tener un niño recién nacido», está tallada en un «tronco de peral», cortado «de un huerto junto a la fuente en donde San Felipe bautizó al Eunuco», y fue bendecida colocada en el «pesebre en donde María Santísima reclino a nuestro Redentor cuando le pario».

Artista discreto, fray Miguel González profesó en la provincia franciscana de San Miguel, vivió y ejerció como predicador y definidor más de doce años en las misiones de Oriente Próximo. Y a la sazón, era guardián del convento de Belén, cuando talló esta copia de su Jesús Niño, a la que llegó a sumar otras dos antes de regresar a España y traerlas consigo: una la depositó en Plasencia, para que se venerase en el altar de Santa Rosa de Viterbo; otra, en el monasterio de Santa Clara de Zafra y, una tercera, en la enfermería conventual de San Benito; de donde, tras la desamortización, pasó a manos de las clarisas y es la que pueden contemplar.