lunes, 31 de mayo de 2010

PIEZA DEL MES DE JUNIO

Cruz de altar franciscana Madera de olivo y nácar 39,5 x 17 x 6 cm Taller palestino Siglo XIX Monasterio de Santa María del Valle, Zafra La provincia de Tierra Santa, como las otras en las que se dividió la Orden franciscana, se crea en el Capítulo General de 1217, sobre toda la cuenca oriental mediterránea, desde Grecia a Egipto. Región, a la sazón, controlada casi en su integridad por los musulmanes y a la que Francisco de Asís no dudará en visitar enseguida.
Desde entonces, la provincia ha sido considerada la perla del franciscanismo por su papel misional y ecuménico y afortunado aquel fraile al que se le permitía ir y morar un tiempo en ella. Además de la custodia de los Santos Lugares, los hermanos menores desarrollaban su misión pastoral entre las minorías cristianas y, para cuando regresaban, volvían cargados de experiencia y conocimiento, y sus talegas, de recuerdos devotos.
Entre los que se señalaban unas cruces de madera de olivo chapadas con placas de madreperla o nácar, obra artesana palestina que tenía, desde finales del siglo XVI, sus mejores talleres en Bethlehem. Aunque será en el siglo XIX cuando elaboren las piezas más codiciadas por encargo de peregrinos o para obsequio a altas dignidades de las iglesias cristianas.
Esas cruces no suelen mostrar solamente una decoración más o menos elaborada que, en el caso que nos ocupa, alcanza niveles de minuciosidad y preciosismo, sino que peana y árbol se ocupan con un programa devocional: el Crucificado, de metal dorado, se rodeaba de los cuatro Evangelistas, de los que tres se han perdido; por debajo, la Dolorosa en relieve y el emblema franciscano inciso y, en la peana, la paloma del Espíritu Santo sobre una hornacina, cuyas cortinas recogidas, permiten ver una imagen de Cristo amarrado a la columna.
Juan Carlos Rubio Masa