miércoles, 5 de noviembre de 2014
PIEZA DEL MES DE NOVIEMBRE 2014
Originaria de la Dalmacia, en la costa adriática, era una prenda que se puso de moda entre las clases altas romanas a lo largo del siglo II. Ya a comienzos del siglo IV hay constancia de su uso litúrgico por el papa Silvestre I, pero su generalización no ocurre hasta el siglo IX.
La dalmática era una túnica larga y holgada, con anchas mangas; que, con el tiempo, se fue estrechando y acortando, por lo que, para poder vestirla con desahogo, se hicieron aberturas laterales que se extendieron con el tiempo a las mangas. Será en el siglo XV, cuando quede fijada su forma, al añadir el collarín o alzacuello.
Su color blanco primigenio, al que añadieron en Roma unas bandas verticales púrpura, se mantuvo hasta el siglo XIII, momento en que se adoptaron ya los colores litúrgicos y se reguló su uso. Es frecuente verlas decoradas con rectángulos en sus faldones y en las bocamangas.
La liturgia actual establece que es la vestidura exterior propia del diácono, que debe ponerse en las misas solemnes o en las procesiones. Es este el ministro eclesiástico de grado inmediato inferior al celebrante y, como su calificativo de origen griego revela, es el sirviente en las celebraciones litúrgicas.
El abate Gaume, en su decimonónico Catéchisme de Persévérance, señalaba que la dalmática es «un hábito de solemnidad que debe inspirar una santa alegría así al diácono que la lleva como á los fieles que la ven; este es el sentido de las palabras que el obispo dirige al diácono al revestirse de ella en la ordenación y de la oración que el mismo diácono reza al vestirse con ella para servir al altar».