Rosas de Jericó
Madera, tinta, papel, restos óseos y de lacre, un fragmento de tisú y dos rosas de Jericó
3.2 x 7.5 cm
Siglo XIX
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
En el relicario conventual existe una cajita ovalada, fabricada con listas delgadas de madera, que serviría para un envío por mensajería, dados los restos del sello de lacre que la cerraba, y las monjas aprovecharon como contenedor donde guardar «dos flores/ de Jerico», como indica el rótulo decimonónico en tinta, casi desvaída, de su tapa.
Esta flor o rosa de Jericó, conocida científicamente como Anastatica hierochuntica, es una hierba pequeña de tamaño y corta de raíces, que habita en zonas áridas del Próximo Oriente y desiertos del norte de África. Una hierba que resiste tanto la sequedad que es capaz de retraerse adquiriendo un aspecto leñoso y de reverdecer en contacto con la humedad. Cuando se contrae adquiere forma esférica, para guardar sus semillas, y el viento fácilmente puede arrancarla y rodarla, convirtiéndola en una planta viajera que va diseminando sus semillas por estepas y desiertos.
La razón de conservarse ejemplares en un relicario estriba en su consideración como planta cristológica, por lo que también se conoce como flor de la resurrección, al suponer su capacidad de morir y volver a la vida. Alrededor de ella, se tejieron leyendas piadosas como la que habla de que, con la muerte de Cristo, se secaron, muriendo con él, y pasados tres días, al resucitar, volvieron a florecer para anunciar la alegría de su victoria sobre la muerte. También se ha relacionado con la Virgen María y, quizá por ello, se la consideraba propicia para el alumbramiento, colocando alguna sobre el vientre de la parturienta.