Con esta exposición el Museo Santa Clara quiere recordar a la escritora Dulce Chacón a los veintiún años de su deceso, ocurrido el 3 de diciembre de 2003. A través de objetos personales, fotografías, poemas o ejemplares de sus libros haremos un repaso a la vida y obra de esta genial autora zafrense.
Porque somos la misma
Dulce Chacón y su hermana gemela Inma nacieron en Zafra el 3 de junio de 1954, en la casa de la plaza Grande esquina a Pasteleros. Eran la cuarta y quinta hijas del abogado Antonio Chacón y de su esposa María Gutiérrez, que ya eran padres de Antonio, Ida y Aurora. Después nacerían José Lorenzo, Piedad, Francisco y Juan, que obligaron a cambiar de residencia, primero, a la calle Santa Catalina y, después, a la de Tetuán. La prole era conocida como los Chaconcinos y Dulce e Inma como Las mellis.
La gran pasión del padre era la poesía. Poeta íntimo, sus composiciones las desgranaba entre sus familiares, amigos y, cómo no, entre sus hijos. Escribe mucho, aunque publica poco y cuando lo hace utiliza el seudónimo «Hache», que también usaría Dulce. El padre poeta influirá poderosamente en sus mellis, a pesar de contar con sólo once años cuando les dejó.
Tras su prematura muerte, una distinta y nueva vida le esperaría a toda la familia en Madrid. Su marcha supuso el desarraigo y la aurora de un nuevo día en el que en su horizonte seguía en Zafra: sus calles y plazas, sus gentes, los olores y sabores o esas palabras, esa dicción tan de aquí. Su madre, a pesar del dolor, como mujer esforzada supo enseñarles a seguir la vida, a reír y a volar…
Escribir para no morir
En Madrid, las hermanas estudian en un internado que, para Dulce, fue como estar encarcelada. Para «vivir» sigue la senda aprendida de su padre: comienza a escribir poesía como una forma de liberación.
Mas, no fue hasta los 38 años cuando publica su primer libro poético Querrán ponerle nombre (1992). Le siguieron Las palabras de la piedra (1993) y Contra el desprestigio de la altura (1996), por el que obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Irún 1995. Al finalizar el milenio, publica Matar al ángel (1999) y el recopilatorio Cuatro gotas (2003).
Siendo ya una reconocida novelista, le preguntaron si había abandonado la poesía. Su respuesta fue que la poesía era «algo básico para un escritor, por esos rasgos concretos que le supone el participar con la inspiración, el contar con la memoria, con los sentimientos más íntimos… Yo lo que deseo es que la poesía no me deje a mí».
¿Quién puede protegerse de un sueño?
Aunque la poesía era el género con el que más disfrutaba, fue la novela la que más éxito le reportaría. Una obra que hay que entender desde su dimensión poética y su compromiso ético por la defensa de los derechos humanos, la dignidad de las mujeres maltratadas, de los inmigrantes o la restitución de la memoria de la guerra y la posguerra.
Comenzó su trayectoria en 1996 con Algún amor que no mate, a la que siguieron Blanca vuela mañana y Háblame, musa, de aquel varón. Obras que componen la Trilogía de la huida en las que trata sobre el desamor y la violencia machista. En 2000, con Cielos de barro, vuelve a los paisajes de su infancia, vuelve a Extremadura, para ofrecernos, junto a La voz dormida, un acercamiento a nuestro pasado que nace, para Dulce, «de una necesidad personal de hace mucho tiempo, la de conocer la historia de España que no me contaron, aquella que fue censurada y silenciada».
Una obra extensa, escribía Rosa Regás, en la que Dulce «ha sabido como pocos tejer y mezclar los hilos de la imaginación literaria con los del compromiso, sin que en ningún momento podamos acusarla de poner la una al servicio del otro».
Dulce acarició todos los géneros literarios. Por eso en su haber encontramos desde obras teatrales a cuentos e, incluso, una biografía. En todas ellas se filtra tanto su vena poética como su compromiso ético.
Se estrena en 1998 como autora dramática con Segunda mano, con un enorme éxito en Madrid. Su adaptación al teatro de Algún amor que no mate se estrena en 2002 en Las Palmas de Gran Canaria y se representa en Madrid en 2003-2004. Fue candidata a los Premios Max de las Artes Escénicas, como «mejor autora teatral en castellano».
Sus cuentos, ese género llamado menor, que fueron apareciendo en colaboraciones en prensa o en libros colectivos, han sido recopilados y publicados en un volumen titulado En las islas Morrocoy y otros relatos por la Editora Regional de Extremadura en 2009.
En 1998, Planeta publica Matadora. La increíble aventura de la primera mujer matadora de toros de España, en la que Dulce colabora con la torera Cristina Sánchez en su biografía, la de una mujer que escoge «una profesión que tradicionalmente estaba reservada a los hombres, y más: vetada al sexo femenino».
Inmaculada Concepción
Grabado calcográfico a buril sobre vitela
9.6 x 6.8 cm
Cornelis Galle el Viejo (1576-1650)
Escuela Flamenca
Primera mitad del siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
La Inmaculada Concepción aparece como iconografía mariana tras el Concilio de Trento, aunque existen indicios previos. Es ahora cuando se conjugan en la representación los conceptos de «Tota pulchra», la «Ipsa» del Génesis y los signos de la mujer apocalíptica, como se advierte en esta estampa, grabada e impresa para la devoción privada por Cornelis Galle, un artista nacido en Amberes y formado en Italia.
La locución «Tota pulchra» es el inicio de una antífona latina que dice «Toda limpia eres María y no hay mancha original en ti». Expresada en la juventud, el arrobo de la Virgen y en la vara de azucena, símbolo de la pureza, que lleva entre sus manos cruzadas sobre el pecho.
En contraste, sus pies aplastan una serpiente con una manzana entre sus fauces, que alude al pasaje del Génesis (3 15) en el que Eva, seducida por ella, ofrece a Adán el fruto prohibido. Tras pecar, Dios amenaza a la sierpe, al diablo, con el «ipsa conteneret» o «ella lo vencerá», que se ha interpretado como prefiguración de María, la nueva Eva.
Mas la Inmaculada se muestra entre nubes, encinta, con la luna esférica bajo sus pies y su cabeza coronada de doce estrellas. Motivos surgidos de la «Visión de la Mujer y el Dragón» del Apocalipsis (12 1-3), una escena celeste en la que una Mujer a punto del parto, María Virgen, es atacada por el maligno, «la serpiente antigua», que quiere «devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz».