martes, 31 de marzo de 2020

EL OBISPO SOTO MANCERA Y EL PATRIMONIO ARTÍSTICO RELIGIOSO DE ZAFRA (Segunda parte)

EL MUSEO EN TIEMPOS DEL COVID-19 (III)



3. Iglesia de la Candelaria de Zafra. «Vista general de la Iglesia Parroquial». Fotografía anterior a 1901. Tomada de VIVAS TABERO, M.: Glorias de Zafra o Recuerdos de mi patria, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1901, pág. 257.




La iglesia que conoció el obispo Soto
 

Como parroquianos de la única parroquia que entonces había en Zafra, en ella se habían casado los padres de Félix Soto y recibido los sacramentos toda la familia que habían creado. Es de entender que el nuevo prelado pacense, cristianado en ella, tuviese un interés especial en que brillara entre las de la diócesis que regentaba. Sus decisiones sobre el patrimonio artístico que veremos (eliminación del coro bajo, restauración de retablos colaterales…) en la extinta Colegiata de la Candelaria son criticables, seguro, desde nuestra óptica actual, pero hay que ver en la ya centenaria acción del obispo Soto un intento de adecuar el espacio litúrgico, obsoleto por el cambio de funcionalidad, al estatus exclusivo de parroquial de la iglesia, dignificar ciertos retablos que a su entender desmerecían para el culto y reparar algunos espacios arruinados o en franco deterioro.
La iglesia mayor de Nuestra Señora de Candelaria comenzó a levantarse hacia 1527, merced al patrocinio del tercer Conde de Feria, aunque sus obras se demoraron hasta finales del siglo en época ya del segundo duque; si bien quedaron, entonces, detalles sin terminar como las portadas, que lo fueron en el siglo XVIII, la torre, que se coronó a finales del XIX, o las cornisas y pináculos de todo el edificio que nunca llegaron a realizarse. El espacio eclesial, de sencilla volumetría, constaba interiormente de una sola nave de grandes dimensiones, con transepto de cortas alas, coro alto a los pies y capilla mayor profunda y ochavada. Una pequeña sacristía, dos capillas flanqueando la cabecera, dos vestíbulos en el primer tramo de la nave y una torre en el segundo completaban el edificio. Seguía un modelo ensayado a finales del siglo XV y que tuvo un espléndido desarrollo en la primera mitad de la siguiente centuria. 


Pero, el que fuese elevada a Colegiata Insigne en 1609 supuso la construcción de una nueva sacristía para que la ampliada clerecía tuviese suficiente espacio para revestirse y, desde el punto de vista litúrgico, la instalación en el comedio de la nave de un coro bajo unido a la cabecera con una vía sacra, que recorría todo el crucero. Como consecuencia se derribó del coro alto que fue sustituido por una balconada, quizá entonces de madera .
Desde que se abriese al culto en 1545, se fue llenando con retablos, imágenes y pinturas sacras en gran parte gracias al patronazgo de comerciantes y clérigos, que buscaban reposar eternamente entre sus muros y al abrigo de los altares colaterales que a sus expensas levantaron. De 1633 es la primera descripción detallada de los altares de la iglesia: en el lado del Evangelio estaban los de Nuestra Señora del Carmen, el de San Antonio y el del Santo Cristo y, en el de la Epístola, los de San Juan Evangelista, Nuestra Señora de los Remedios, Nuestra Señora de la Antigua y el de la Asunción .Excepto uno, todos mantienen en la actualidad sus advocaciones, y algunos incluso los retablos e imágenes de entonces. Entre 1658 y 1683 se levantará el retablo mayor a cargo de Blas de Escobar, José de Arce, Alfonso Martínez y otros artistas. Una gran obra con la que se cerraba el ornato eclesial, a falta de los retablos dieciochescos de varias capillas: el de la Virgen de Valvanera en el baptisterio bajo la torre, el de Ánimas en el trascoro y el de la Virgen de los Dolores en la capilla de San Juan.


Esta es la iglesia que conoció el obispo Soto en su infancia y juventud. Una iglesia que tras su deposición en 1857 de la dignidad colegial y su reducción a simple parroquia había visto mermada no solo su clerecía, sino también su patrimonio tanto por ventas de objetos en desuso como por cierto abandono en su mantenimiento. Las fotografías que Manuel Vivas publicase en su obra Glorias de Zafra son documentos explícitos de la situación de la iglesia justo a finales del siglo XIX.


Una de las instantáneas tomada desde el centro de la balconada de los pies de la nave  nos ofrece una «Vista general de la iglesia parroquial» [Fig. 3]:  en primer término reparamos en el coro bajo, cuyo cerramiento evidentemente no es el que tuvo en el siglo XVII, a juzgar por los pináculos y el gablete neogóticos que se advierten y que derivarían de una reforma decimonónica imprecisa; lo mismo que ciertos añadidos a la sillería con arcos apuntados y tracerías que apenas se atisban y, hoy, no se conservan, como sí lo ha hecho la sillería alta y baja que está distribuida por la iglesia y apenas se advierte en la foto. La reja que cerraba el coro se ha perdido, era obra probable del siglo XVII y coetánea de la sillería: a través de la fotografía y a semejanza de otras, mostraría dos cuerpos desiguales de balaustres, sobre un zócalo de obra, que se tornaban ondas, roleos y espirales en el paño central que iba sobre la puerta; el coronamiento recuerda un escudo, seguramente abacial, entre tenantes agrutescados. 


A los lados del coro se ven los balcones volados con sus barandas de madera de las dos tribunas dispuestas sobre los vestíbulos de la iglesia, que aparecen cerrados por dos mamparas de madera que ocultan los arcos. La tribuna izquierda está ocupada por el actual órgano y la ventana que tiene por cima está cubierta con una cortina rectangular oscura.


Tanto los muros como las bóvedas se recubren con un esgrafiado de sillería falsa que permitía una conservación más prolongada que el encalado actual. De los retablos, aparte del mayor que ocupa el centro de la imagen se advierten los dos colaterales del crucero: el de la izquierda se atisba lo suficiente para ver la imagen de la Virgen del Carmen y algunos de los lienzos de Tomás Rodríguez. Mejor se ve el de la derecha, entonces ocupado por la Virgen de los Remedios, una escultura de vestir del siglo XV, adornada con corona y ráfaga, y los consabidos lienzos de Francisco de Zurbarán y su taller; el de san Jerónimo tenía una imagen, quizá de san Miguel, delante. Al lado se ve el antiguo púlpito de la Colegiata, con su tornavoz y colgaduras, que fue trasladado a la capilla de la Virgen de Valvanera al colocarse en su lugar y en el de enfrente dos nuevos púlpitos de mármol y bronce en el segundo cuarto del siglo pasado.


4. Iglesia de la Candelaria de Zafra. «Altar Mayor de la Parroquia». Fotografía anterior a 1901. Tomada de VIVAS TABERO, M.: Glorias de Zafra o Recuerdos de mi patria, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1901, pág. 259.

Otra fotografía de las publicadas por el cura Vivas [Fig. 4] capta el «Altar mayor de la parroquia» con su retablo, que se conserva prácticamente igual que en la actualidad, aunque se han eliminado los farolillos y lámparas que alumbraban al Crucificado del ático y las cortinas que lo ocultaban en la Semana Santa, así como dos lámparas de brazos que colgaban a los lados del altar mayor. Pero la instantánea es muy elocuente al permitirnos ver el final de la vía sacra que partía del coro, las esteras que cubrían el pavimento y la irregularidad de las sillas propias de algunos fieles. La vía sacra era descrita como «una cruxía con dos barandillas de hierro con beinte perillas de bronze amarillo por remates y quatro puertas a cada lado» , realizada por el cerrajero zafrense Sebastián Rosado en 1671; dentro tenía unos escaños de madera y «una silla imperial» reservados para las autoridades locales en ciertos días de festividad. Cuando hoy entramos en una iglesia y la vemos llena de bancos para los fieles parece que siempre fue así; esta imagen, como los documentos escritos, nos muestra que la realidad fue distinta: hasta principios del siglo XX, en las iglesias solamente tenían asiento, es decir bancos o sitiales reservados, las autoridades y el clero; el resto debía proveérselo, los pudientes llevaban sus sillas y reclinatorios cada vez que acudían a la iglesia o los colocaban y marcaban en lugares convenidos y sufragados para su uso exclusivo, el resto se sentaba y arrodillaba sobre el pavimento, que para que fuese más llevadero se esteraba con pleitas o tiras trenzadas y cosidas de esparto, pita o palma, según la producción de la tierra. La importancia simbólica dada en esos momentos,  por el clero parroquial, al Sacramento de la Penitencia explica el que junto al altar mayor estuviese colocado el confesionario barroco, que actualmente se conserva en el crucero.



El simbólico final de la Colegiata: 

la desaparición del coro y la vía sacra
 

Tradicionalmente en los reinos de España, el coro se situaba en medio de la nave principal, y no en la cabecera como ocurría en otros países europeos. En el coro, el lugar de la alabanza, se centraba una parte importante del ritual litúrgico de la Colegiata, ya que sus estatutos o constituciones se hacían siguiendo los de su hermana mayor, la catedral, a la que imitaban en casi todo. El abad y el capítulo colegial, acompañados o no del órgano u otros instrumentos de viento y teclado, dependiendo de los días o festividades, tenían la obligación de asistir a todas las horas, diurnas y nocturnas, y celebrar los oficios «conforme al Breviario Romano», so pena de no recibir las asignaciones que les correspondían. En el coro se requería que los capitulares estuviesen «con mucha gravedad y compostura», y siguiesen un riguroso protocolo, que como todos se organizaba según la jerarquía de los individuos, tanto para ocupar la silla que tenía dispuesta ex profeso, como para comenzar o proseguir los oficios. El coro era tan importante en las instituciones religiosas colegiadas, que cuando se recibía a un nuevo miembro en el capítulo, una de las partes del ritual de acogida pasaba por la entrada en el coro y la toma de posesión de la silla que le correspondía de acuerdo con su dignidad.
Pero, en 1906, este lugar de la alabanza de la antigua Colegial se había vuelto inútil en la nueva parroquia. Sus muros fragmentaban la iglesia y reducían su aforo, por lo que resultaban embarazosos y poco estéticos. Su eliminación era cosa decidida por el obispo Soto tiempo atrás, las obras de demolición debieron comenzar a poco de su llegada a Zafra el 2 de mayo de ese año y concluidas antes de finalizar el mes [Fig. 5], como nos explica la documentación de la época: «Vio [el obispo] completamente terminado el derribo, según sus mandatos, del Coro bajo que, sobre ser de pésimo gusto artístico, entorpecía y afeaba la Iglesia y también se quitó la crujía que resultaba inútil».


5. Iglesia de la Candelaria de Zafra. Interior tras las reformas del obispo Soto. Fotografía anterior a 1918.

 

La sillería del coro, fabricada entre 1613 y 1623 en madera en blanco como era tradicional, es de sencillas líneas clasicista y está actualmente distribuida por toda la iglesia: en la capilla del sagrario se conservan restos de la sillería alta con el estalo abacial, parte de la sillería baja en la capilla septentrional de la cabecera y el resto en la balconada y tribuna que rodea el último tramo de la nave, donde se encuentra también el facistol. De los libros corales utilizados durante su vigencia colegial se conservan veinte en la propia iglesia , excepto uno de ellos fechado en 1611 expuesto en el Museo Santa Clara de Zafra . De las rejas del coro y de la vía sacra nada sabemos de lo que se hizo con ellas. Y del retablo de las Ánimas, que ocupaba el centro del trascoro y había sido sufragado hacia 1743 por el mercader camerano Domingo Martínez de Tejada, se trasladaría al muro meridional del último tramo de la nave eclesial. 

El órgano era una pieza imprescindible para el acompañamiento musical del coro y de la liturgia. Fueron varios los que tuvo la antigua Colegiata a lo largo de sus algo más de dos siglos de vigencia, el que se conserva es obra realizada en 1717 por el maestro organero José Martín que dispuso el mecanismo, tubos y fuelles en una espléndida caja barroca de madera de boj en su color, que había realizado el tallista salmantino Diego Acedera . Cuando el obispo Soto visita la parroquia se hace constar en el acta levantada que «estaba inservible hacía tiempo», por lo que encarga su reparación al tallista y restaurador Alberto Marcos , quien se encargó de colocar «fuelles nuevos y [de] otras reformas muy importantes» . Mas las reformas en torno al órgano no terminaron, ya que en el documento se anota que el obispo mandó quitar también «el balcón o cierre de madera construido en la parte exterior de la puerta del Carnero para dar entrada desde la escalera de la torre al órgano» . Desconocemos si existe alguna fotografía del estado de ese acceso descrito al órgano, por lo que interpretamos que se trataría de un ajimez o saledizo colocado por cima de la puerta septentrional por el que el organista, probablemente con cierta dificultad, accedía a la tribuna interior donde se encontraban el teclado y pedales del órgano. Ahora se practicó un nuevo acceso directamente desde la escalera de caracol de la torre.


Un problema que el obispo encontró al mandar retirar las mamparas de las entradas laterales de la iglesia, frente al desaparecido coro, es que las tribunas eran un añadido, muy posterior, para disponer el órgano y jugar con la simetría en el edificio. Pero las mamparas ocultaban la inexistencia de un arco en la situada al mediodía, ya que no recibía la carga del órgano. Era una simple viga de madera sobre las que apoyaban los pares, por lo que se sustituyó por «una de hierro y el arco simulado de madera por uno de ladrillo» y, para proteger las puertas, se hicieron nuevos canceles .

La mistificación de dos retablos 

y otros cambios en el ornato eclesial
 

El afán renovador del obispo Soto le llevó a ordenar la “restauración”, mejor mistificación, de los dos retablos centrales de los muros laterales del crucero de la iglesia. Ambos retablos habían sido realizados con posterioridad a 1566, año en el que el prelado pacense san Juan de Ribera había aprobado la cesión de sus enterramientos y altares a dos próspero mercaderes: Juan Ramírez el viejo, el situado en el muro sur, y a Alonso Sánchez el viejo, el del muro norte, que pagaron 200 ducados de oro cada uno a la fábrica de la iglesia, para poder continuar con las obras de construcción de la misma.

El que primero comenzó a colocarse fue el meridional. En 1575, testaba Juan Ramírez y ordenaba que en el retablo que estaba puesto en su altar debían colocarse en el frente una pintura de Nuestra Señora de la Antigua y, en los costados, La Salutación y La Visitación, dejando el resto a criterio de su hijo; quien, tres años después, encargaba estas tablas y siete más pequeñas a Pedro de Bruselas, junto con el dorado del ensamblaje.


Del de Alonso Sánchez no poseemos documentación, solo sabemos que algunas de las pinturas fueron ejecutadas en 1607por encargo de su hijo Diego Sánchez, según se indica en las inscripciones situadas a los lados de una representación pintada sobre tabla del cuerpo incorrupto de santa Cecilia, colocada en la predela del retablo. A él pertenecerán también los retratos fúnebres de los comitentes, pues se les representa como orantes al lado de sus santos patronos: san Ildefonso de Toledo y san Diego de Alcalá. El retablo sufrió una reforma hacia 1886 a la que nos referiremos más adelante y que conocemos a través de la fotografía que publicase Vivas Tabero en su obra.


En 1906 debían encontrarse muy deteriorados, pues en el acta de la Visita la intervención se justifica en que «por el tiempo y por incuria, estaba casi destruido»  el de Juan Ramírez y en que «por mano imperita fue transformado perdiendo su estilo propio y su mérito artístico»  el de Alonso Sánchez. Pero, si comparamos la fotografía de hacia 1900 de este último [Figs. 7a y 7b] con el retablo que hoy vemos, en realidad no estamos ante una restauración sino una mistificación como señalábamos, en un falseamiento de la obra original para ofrecernos un producto final más acorde con el gusto historicista neoplateresco del momento. Respecto del otro, aunque carecemos de fotografía previa a la intervención, sabemos los despropósitos que se produjeron al ser anotados en el citado acta y responder las renovaciones, algunas muy evidentes, al gusto estético mencionado.


El obispo Soto, que se hizo cargo de los gastos que acarrearía la “restauración” de los retablos, encomendó la tarea al «laureado pintor» sevillano Domingo Fernández González (1862-1918), «aprovechando la circunstancia de estar en Zafra de temporada». El pintor dirigió la obra y “restauró” las pinturas de manera «completamente gratuita», demostrando tanto su habilidad en el dibujo en los diseños de paneles a candelieri, como poco respecto por las piezas originales. La ejecución material corrió a cargo del «hábil tallista» Alberto Marcos, quién con su taller se encargó de las modificaciones en el ensamblaje, el añadido de las imágenes que faltaban, de la talla de los tableros de grutescos y de la policromía y dorado . El resultado final impide precisar con exactitud el alcance de las actuaciones, en las que se advierte a simple vista un afán de falseamiento de lo antiguo con idea de mejorar estéticamente la pieza intervenida. Solamente un estudio técnico profundo de las piezas nos permitiría diferenciar lo primitivo de los añadidos o modificaciones...


6. Iglesia de la Candelaria de Zafra. Retablo de la Sagrada Familia, antes de Juan Ramírez el Viejo.

 

Respecto del de Juan Ramírez [Fig. 6], al que se califica de «magnífico retablo de estilo plateresco, verdadera joya del arte» , solo conserva in situ cuatro de las diez tablas pintadas por Pedro de Bruselas; una quinta, Nuestra Señora de la Antigua, la titular del altar funerario, se retiró y trasladó al otro lado del transepto, donde aún se conserva . Todas las tablas fueron “retocadas” por Domingo Fernández, quien se encargó también de dibujar los paneles con labores inspiradas en el Plateresco, que después de tallados y dorados sustituyeron en el frente del retablo al resto de las pinturas desaparecidas . Es posible que el relieve La Piedad del ático, como las imágenes de las Virtudes (Fe, Esperanza y Caridad) y alguno de los bustos de los medallones sean originales muy retocados, pues no concuerdan con el estilo del altorrelieve que representa La Sagrada Familia, obra seguramente ejecutada por Alberto Marcos, que mandó poner el obispo Soto «en testimonio de su devoción y en prueba de afecto a la Parroquia donde nació a la vida de la gracia».

Del retablo del altar de la familia Sánchez tenemos la fotografía antedicha publicada por el Cura Vivas [Fig. 7a], que nos permite ver cómo era antes de la intervención ordenada por el obispo Soto. Se trataba de una pieza clasicista de un solo cuerpo y ático. El primero centrado en una hornacina, acogida al arcosolio, a la que flanquean cuatro pilastras corintias pareadas con las imágenes de talla de los cuatro evangelistas en las entrecalles. Sobre un entablamento con querubines en el friso, se dispone el ático apaisado para acoger un lienzo de La Anunciación, el mismo que se conserva actualmente. El conjunto se remata con un frontón triangular, en el que vemos al Padre Eterno entre ángeles, volutas para la transición entre los cuerpos y jarrones como acróteras. 


7a. Iglesia de la Candelaria de Zafra. «Altar de la Purísima». Fotografía anterior a 1901. Tomada de VIVAS TABERO, M.: Glorias de Zafra o Recuerdos de mi patria, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1901, pág. 262.

7b. Iglesia de la Candelaria de Zafra. Retablo de la Purísima, antes de Alonso y Diego Sánchez.

En 1886, el zafrense Estanislao Álvarez donaba una imagen de la Inmaculada Concepción y la dotaba de vestiduras para el culto , para acogerla se reformó el nicho original para lograr una hornacina acristalada, tal como se ve en la instantánea. Para ganar espacio se extrajeron las tablas de los donantes, que debían ocupar sus costados y se colocaron a los lados del retablo, por encima del  ático, como puede advertirse en la imagen en que se ven cortados en la parte superior. También se retiró la advocación titular del retablo que desconocemos y ocupaba el frente del nicho, aunque se mantuvo la bóveda casetonada con querubines que lo cubría.


La “restauración” ordenada por el prelado fue muy creativa, tanto que no resiste un análisis comparativo pormenorizado [Fig. 7b]. En realidad, poco es lo que resta del retablo primigenio, pues aunque se reaprovecharon piezas todo está adulterado y, además, se añadieron tablas pictóricas procedentes de otro retablo. De tal forma que el frente se ensanchó para dar cabida a seis tablas, tres en cada una de las nuevas calles laterales: los comitentes la familia Sánchez, en el centro, que son las únicas procedentes del retablo primigenio, y las de los cuatro Evangelistas, abajo, y los cuatro Doctores de la Iglesia, arriba, procedentes de un desaparecido retablo dedicado al Nacimiento. La calle central se estrecha y las enjutas se empequeñecen, el friso pierde un querubín y el lienzo del ático se recorta lateralmente. Pero la mistificación es tan conseguida que cuando, entre 1907 y 1912, José Ramón Mélida o su informante redacta su Catálogo Monumental, aunque confunde los retablos, solo advierte que «se hallan restaurados» y señala que «son platerescos y se cree trasladados de la antigua parroquia».


En otro orden, pero siguiendo en su afán renovador del ornato litúrgico de la iglesia, el prelado mandó retirar dos retablos con sus altares: «de la Victoria y de San Antonio» y lo justificaba en que estaban «construidos sobre dos sepulcros contra rúbrica y de malísimo estilo y que dificultaban la celebración del Santo Sacrificio en los magníficos altares inmediatos» . No conocemos imagen de los mismos para entender a qué se refería el obispo Soto en su juicio de ser de «malísimo estilo» y de ir contra las prácticas rituales católicos. Pero en la ilustración anterior del libro de Vivas Tabero [Fig. 7a], a la derecha del retablo de la familia Sánchez o de la Purísima se advierte el inicio de un retablo dieciochesco que hoy no existe y debe de ser uno de los dos quitados. Ocultaba el sepulcro del mercader Alfonso López, cuyo lucillo se llenó entonces con un lienzo antiguo que representa la Adoración de los Pastores, que se adaptó a un grueso marco, dorado y policromado, con tallas en las pilastras que sostienen el arco de cerramiento, realizado con seguridad por el  tallista Alberto Marcos por sus concomitancias con el retablo de los Sánchez. El otro retablo debía estar situado enfrente, en el otro lado del transepto de la iglesia, donde había otro lucillo sepulcral, que actualmente se encuentran oculto por las tumbas murarias de la familia Fernández Gómez, colocadas allí con posterioridad a 1932.


El obispo Soto mandó, también, hacer dos templetes con doseles neogóticos para las imágenes de san José y san Antonio de Padua, siguiendo los diseños de Domingo Fernández. Templetes que se eliminaron en las reformas de hace unas décadas, pero que pueden verse en fotografías del interior de la iglesia. Como el peregrinaje de las dos grandes imágenes de los Sagrados Corazones de Jesús y de María que, por orden del prelado, se colocaron a los lados del altar mayor, para pasar años después a los extremos del ábside y por último a los retablos de las capillas colaterales de la cabecera.
Para que la iglesia tuviera una apariencia mejor, el obispo mandó pintarla «imitando piedra sillería» y se colocaron «transparentes» en las ventanas, que fueron sustituidos en 1917 y 1918 por vidrieras realizadas por la Casa Maumejean y donadas por el matrimonio formado por Casimiro Fernández y Fernández y Paula Gómez Rico, que se hicieron acreedores del entierro dentro de la iglesia citado líneas atrás.



El tapiado de la tribuna
 

La fotografía [Fig. 3] publicada por Vivas Tabero del interior de la Iglesia de la Candelaria es también el único documento gráfico, que conocemos, en el que se vea la ventana que había sobre el arco de la capilla colateral del Evangelio, denominada Capilla del Resucitado en 1906. Este hueco enrejado, abierto a la cabecera de la iglesia, era un privilegio concedido en el segundo cuarto del siglo XVI a don García de Toledo y Figueroa, hermano del tercer Conde de Feria, para que pudiese asistir a las misas sin salir de su casa a cambio probablemente de la cesión de los terrenos en los que se elevó la iglesia mayor . Cuando las Terciarias Franciscanas de la Cruz compraron el palacio para convertirlo en su convento en 1600 se mantuvo con la misma función, después de ser autorizadas de nuevo a ello; pero, a principios del siglo XX seguía abierta y a disposición de unos particulares que habían adquirido en 1842 al Estado parte de la propiedad monjil como efecto de la Desamortización.

Durante su estancia en Zafra, aquel mes de mayo de 1906, el obispo Soto, muy amigo de los entonces propietarios, herederos y descendientes de Manuel Martínez Pardo, tras varias conversaciones privadas con ellos a fin de conseguir que dicha «tribuna con mirador» fuese tapiada y no habiendo obtenido resultado alguno, les requirió su presencia oficial para que presentasen los títulos que les habilitasen para su disfrute . Enrique Martínez, en representación de los condueños, presentó el título notarial de propiedad en el que describiendo la casa «se dice que tiene una Tribuna con vistas o luces a la Insigne Iglesia Parroquial que fue Colegial de esta Villa» e invocó su «posesión no interrumpida y consentida de palabra por varios Prelados desde mil ochocientos cuarenta y dos» en que su antepasado la adquirió.


Pero el obispo, considerando que no tenían documento eclesiástico de concesión del privilegio de vistas y en la escritura notarial solo se refería a la habitación o tribuna , decretó que «se tapie inmediatamente por cuenta de la Fábrica [de la Iglesia] la ventana o tribuna que existe sobre la Capilla del Resucitado» y convenzan a los propietarios para que entreguen las llaves de la habitación que existe sobre la capilla «a fin de tapiar la comunicación con la citada casa y agregarla a la Iglesia como parte integrante de ella, previa indemnización de la parte alícuota de la cantidad que se pagó al Estado por el primitivo comprador».


8. Iglesia de la Candelaria de Zafra. Interior en la década de 1950.

Respecto a la señalada ventana fue tapiada inmediatamente, no dejando resquicio visible de la misma al interior de la iglesia, pero quizá la pronta muerte del obispo y la carencia de fondos de la iglesia hicieron que la adquisición de las estancias encima de la capilla norte no se llevara a efecto. La solución vino años después cuando el heredero de la casa Manuel Martínez Rubiales firmaba en marzo de 1966 un documento de «cesión gratuita de la propiedad a favor de la Parroquia». Pero el tema de la cesión debía rondarles desde cinco años antes, pues adjunto al documento de donación existen un «Plano y reforma del edificio cedido a la Iglesia de Zafra por D. Manuel Rubiales», realizado por el Aparejador Municipal y fechado en Zafra en octubre de 1961, lo mismo que un «presupuesto de obra necesaria para cubrir la parte donada por Don Manuel Rubiales», fechada esta en diciembre de ese mismo año.





Para ver el artículo original, con sus notas aclaratorias a pie de página, pinche aquí

Tomado de MORENO GONZÁLEZ, J.M. y RUBIO MASA, J.C. "El obispo Soto y Mancera y el patrimonio artístico religioso de Zafra". En LORENZANA DE LA PUENTE, F. (Coord.) La Cultura Extremeña entre el Romanticismo y el Modernismo. Actas del II Congreso de la Federación Extremadura Histórica y XVIII Jornadas de Historia de Fuente de Cantos. Badajoz, 2017, pp. 261-282.