viernes, 17 de abril de 2020
A LAS PUERTAS DE CUASIMODO...
LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE BELÉN EN EL SIGLO XVIII
«Y tu feliz Belén, Cortte dibina,
cielo donde arden tanttas luzes vellas,
alvergue de María peregrina,
que las obscuras sombras buelbe estrellas,
de esa luzientte y prodijiosa mina
a nuestras almas lleguen las centtellas
de esa amorosa esfera caigan raios
de la fe alienttos, de el error desmayos»
El Libro de Acuerdos y Quentas de la cofradía de Nuestra Señora de Belén y Señor San Christoval, iniciado en 1738, viene encabezado por un largo «Canto a la Virgen de Belén», al que pertenece la estrofa anterior, y un dibujo a tinta de su imagen, que puede verse reproducido en esta página, que nos la muestra en la hornacina del retablo mayor que entonces adornaría la ermita.
No es usual que, al comienzo de un antiguo libro de Hermandad, aparezcan imagen devota y oración particular unidos como fervorosa invocación de la cofradía a su titular. Su singularidad y los listados de prendas, que nos ofrecen los inventarios de bienes, nos permiten conocer la apariencia de la Virgen de Belén en aquel siglo.
La estampa nos revela que se trata de una imagen de vestir, una escultura de «bastidor» como se las denominaba en época barroca. Unas imágenes que muestran tan solo la cabeza y manos talladas y policromada, ya que es la única parte de la escultura que va a ser vista por los fieles. El resto, oculto por las vestiduras, consta de un torso, apenas esbozado, unos brazos articulados y un armazón de madera, llamado bastidor o canastilla, que lo aupa. Pero, a veces, como puede ser el caso de la imagen que nos ocupa, una antigua imagen de talla completa, podía ser “modernizada” y adaptada para ser vestida.
El gusto por las imágenes de vestir, aunque cuenta con ejemplos medievales, adquiere un gran desarrollo a partir del siglo XVI, alcanzando la cumbre en las centurias siguientes. Tejedores, bordadores, alfayates, orfebres, vestidores o camareras se esforzaban en vestirlas con diferentes atuendos, para ajustarse a las festividades del año o de los usos litúrgicos o doctrinales para los que se destinase la imagen. Con su labor buscaban crear un simulacro piadoso, una apariencia divina y efímera que debía mover a devoción a los fieles al hallarse a las plantas de una imagen «peregrina», es decir, adornada “de singular hermosura, perfección o excelencia”.
Y así, el vate o el dibujante, si acaso no sean el mismo, del retrato dieciochesco de la Virgen de Belén, nos advierte de su perfección en una estrofa que dispone a sus pies como friso de requiebros:
«YNIMITABLE ECHVRA, YMAGEN BELLA, RETRATO FIEL DE
A/QUELLA PRODIGIOSA, EN EL FELIZ BELEN MADRE Y/
DONZELLA, DEL PODER HIJA Y DEL AMOR ESPOSA: TV A QUIEN/
SOBRA LA LUZ PARA ENZENDELLA, Y PARA SER AMADA EL SER
HERMOSA/ INFVNDE A TUS DEVOTOS TAL FINEZA, QUE NO
RESPETEN MAS DE TV BELLEZA»
La imagen erguida y algo envarada en su ademán muestra en el dibujo sus mejores galas: las destinadas a fiestas y procesiones. Un inventario del siglo nos indica que lleva «un bestido entero de tisú blanco, delantera, casaca, falda y manto, con flores de oro y galón fino».
El tisú, del que estaban fabricadas todas las piezas de que constaba el atuendo, era una tela de seda bordada de ramajes, flores y pájaros sobre oro o plata, que se guarnecía con un galón: un tejido fuerte, hecho de seda, hilo de oro o plata, que remataba las orillas de la ropa, sin exceder de dos dedos de ancho.
El torso de la imagen se cubre, primero, con una camisa de tela fina blanca y puntillas en el borde; sobre la que se colocaba la casaca, una pieza entallada, con mangas, que apenas llegan a la muñeca, y con unas prolongaciones laterales o faldillas que salen de la cintura hasta sobrepasar las rodillas. Encima lleva la delantera o ropilla, una vestidura corta y ceñida con brahones, es decir, roscas o dobleces a la altura de los hombros, de los que penden mangas sueltas o perdidas.
Desde la cintura a los pies viste una falda, también llamada en la época basquiña o brial. Por debajo de esta prenda, la imagen usaba una o varias enaguas y un guardainfante: armazón hecho de alambres con cintas, que se ataba a la cintura, con la finalidad de dar vuelo al brial. Muy usado en los siglos XVI y XVII, permitía a las mujeres embarazadas ocultar su estado y en las imágenes darle volumen.
El manto, en forma de capa, cae desde los hombros hasta alcanzar y exceder la peana de la imagen.
Sobre la cabeza lleva una toca grande que cubre los hombros, estaba hecha con velillo, una tela muy ligera y sutil, adornada con perlas falsas y piedras. Mientras que el rostro se enmarca con un rostrillo, adorno que usaban las mujeres alrededor de la cara y que en el siglo XVIII se mantenía solo en el atuendo de las imágenes de la Virgen o de algunas santas. Es una pieza oval de tela acartonada adornada de aljófar, perlas menudas e irregulares, que servía también para aumentar de forma efectista el semblante de la imagen.
Para darle mayor vistosidad, tanto la falda como el manto se adornaban con lazos. Un inventario enumera que tenía la imagen para su ornato una «docena y media de lazos carmesíes», «ocho lazos anchos vordados verdes y encarnados», «quinze lazos encarnados con estrellas y piedras» y «dos docenas y media de lazos azules y blancos».
Unas vestiduras de marcada semejanza con las galas profanas, los vestidos de Corte, de la alta nobleza de la España de los Austrias; que, aunque desfasadas, aún se mantenían en el siglo XVIII, dado que su deslumbrante apariencia servía a los humildes devotos, que acudían a su ermita a venerarla, para imaginar la magnificencia y el esplendor del cielo. Y, como Reina de tan sublime estado, ceñía su cabeza con una «corona imperial de plata» y en su mano derecha portaba un «zetro de plata con su azuzena de piedras azules y encarnadas».
Con su brazo izquierdo sostiene al Niño Dios, acentuadamente ladeado, engalanado a semejanza de su Madre; aunque con menos piezas, al solo mostrar una sotana o vestidura talar y manto, bajo las que vestía camisitas y enagüitas blancas con encajes. Llama la atención la gorguera, pieza de lienzo plegado y alechugado puesta al cuello, el que se cubra con una corona imperial y porte en su mano izquierda la bola del Mundo como símbolo de su poder. Sin embargo, los inventarios coevos no referencian ninguna de esas piezas, tan solo se anotan «unas potenzias de plata que tiene puestas el Niño Jesús que tiene la Virjen».
Cuando salía a bendecir los campos de Zafra, el Domingo de Cuasimodo, la Virgen de Belén lo hacía con las galas expresadas y en unas andas a modo de templete con «mástiles dorados», precedida de un gran «pendón de damasco carmesí» con su cruz de plata, al que flanqueaban los dos alcaldes de la Cofradía con sus respectivas varas.
Mas la imagen en sí, a pesar de las excelencias cantadas por el poeta místico cuyos versos encabezan el Libro de Acuerdos y Quentas, cambió pocos años después. No sabemos si también su indumentaria. En 1750 se anotan los gastos de la profunda transformación que sufrirá la imagen: el tallista Francisco de Prada se ocupó tanto de renovar la cara, a la que colocó unos ojos de cristal, y las manos, como de «desbastarla por su mucho peso». La talla primitiva, obra de fecha imprecisa, fue destrozada para hacerla más realista y para aligerarla de peso en las procesiones.
A diario, la imagen vestía de manera más sencilla. El inventario de 1738, enumera las siguientes prendas:
«Otro vestido entero de tela verde de la Virgen con galón sin manto. Otro vestido entero de tela vlanca vueno con cuchillejo. Otro manto de tela de oro blanca y flores de seda encarnada. Otro vestido de tela de plata y oro de color de ámbar sin manto. Un manto de chamelote de plata azul. Otro vestido de lama de plata biejo sin manto. Otro medio manto de raso verde con cuchillejo de plata. Otro vestido de tela azulado sin manto. Quatro delanteras de raso encarnado con galón de seda que sirben de manto. Una casaca y guardapiés amarillo de tafetán con encaje negro. Un guardapiés de chamelote azul. Otro guardapiés de raso azul con galón blanco de seda. Otro guardapiés de raso encarnado que está actualmente tiene puesto la Virjen. Una mantilla de raso encarnado forrada en tafetán azul. Otra mantilla de felpa amarilla con dos guarniciones. Un jubón de raso encarnado con encaje blanco. Un bestido de felpa azul con galones de plata sin manto que tiene puesto la Virjen. Una vasquiña de pelo camello negro que tiene puesto devajo la Virjen y un guardapiés de granilla también. Un vestido negro sin manto. Dos guardainfantes de alanbre y zinta (…) Dos camisas de la Virjen finas con puntas. Dos enaguas blancas llanas (…) Otras dos tocas blancas con perlas ya serbidas. Otra toca amarilla ya serbida. Otra toca con encaje para la Nabidad». Y para la del Niño: «Un bestido de medio tisú encarnado que tiene puesto el Niño Jesús. Dos camisitas con encaje. Dos enagüitas blancas también del Niño. Una mantilla del Niño de damasco encarnado».
Tomado de Juan Carlos Rubio Masa. "La imagen de la Virgen de Belén en el siglo XVIII". Revista de le ermita de Belén, 2008.